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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Por medio, pues, de Lucía penetraba aún el Comendador en el espíritu de aquel ser querido y comunicaba algo con él. Las nuevas que Lucía le daba eran en substancia siempre las mismas, si bien más inquietantes cada vez.

Su madre había sido nodriza de ésta, y ella niñera, por más que no llevaba a la señorita más de doce años. Doña Tula la protegía y la llamaba para recados cuando hacía falta. Tenía una prima, criada de unas niñas que asistían al colegio del Corazón de María, y por su mediación se comunicaba con la señorita Gloria, a la cual también iba a ver de vez en cuando.

Por fin evocó todo su valor: se dirigió á la puerta que daba al pasillo, y le echó el cerrojo; después corrió á la puerta que comunicaba con la habitación inmediata con intento de cerrarla también; pero ya era tarde, porque Bozmediano entró muy tranquilo en el cuarto. ¡Jesús! exclamó Clara, retrocediendo con espanto. Váyase usted, por Dios. ¡Qué atrevimiento!

Cuando le adivinaba interesado por un volumen, exigía inmediata participación: «Cuéntame el argumento». Y el «secretario» no sólo hacía la síntesis de comedias y novelas, sino que le comunicaba el «argumento» de Schopenhauer ó el «argumento» de Nietzsche... Luego, doña Luisa casi vertía lágrimas al oir que las visitas se ocupaban de su hijo con la benevolencia que inspira la riqueza: «Un poco diablo el mozo, pero ¡qué bien preparado!...»

Rubinius vulgaris dio un paso, dejando solos a los dos curas que hablaban cogiéndose recíprocamente las borlas de sus manteos, y vio desaparecer a su amada, a su ídolo, a su ilusión, por la puerta aquella pintada de blanco, que comunicaba la sala con el resto de la religiosa morada.

Si te parece dijo tímidamente D. Facundo, entraremos en el café del Prado que es el más próximo: conozco al dueño. Adelante; vamos al café del Prado. Cuando llegaron a él, Hojeda propuso que entrasen por el portal, donde había una puertecilla que comunicaba con la cocina; así evitaban la exhibición.

Por último, dijo así con aspereza, remedando el hablar francote y brutal de la gente del bronce: «Chicáaaa..., no me beses más, que no soy santo. A casa» dijo la Sanguijuelera, saltando sobre el cáñamo. Aquel día añadió Encarnación a su olla algo extraordinario. Comieron en la trastienda, que más bien era pasillo por donde la tienda se comunicaba con un patio.

Y debajo, en el cristal del arroyuelo, se veía la imagen brillante y llena de flores de Perla, señalando también con su dedito. Niña singular, ¿por qué no vienes donde estoy? exclamó Ester. Perla tenía extendido aun el dedo índice, y frunció el entrecejo, lo que le comunicaba una significación más notable, atendidas las facciones infantiles que tal aspecto tomaban.

De vez en cuando un soplo de viento helado hacía correr por la tersa superficie de las aguas un estremecimiento que las rizaba leve y momentáneamente, como si al mar se le pusiera carne de gallina. Y este estremecimiento se comunicaba al joven presbítero y llegaba hasta el fondo de su ser.

Una hermosa barba patriarcal que le tapaba las solapas del traje parecía suavizar los salientes enérgicos de los pómulos y las fuertes articulaciones de su mandíbula robusta y prominente como la de los animales de presa. Tenía cana la barba, gris el pelo y, sin embargo, parecía envolverle un nimbo de juventud, de fuerza serena, de energía reposada y tenaz, que se comunicaba á cuantos le rodeaban.

Palabra del Dia

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