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Actualizado: 19 de junio de 2025


Clara había vivido siempre en compañía de aquel viejo: era huérfana, no tenía parientes ni amigas, no salía nunca, no se comunicaba con nadie, se consumía en el desierto de aquella casa, sin otra cosa que algunos recuerdos y algunas esperanzas que luego conoceremos.

Dijo esto en español, un español suave, de tono cantante, aprendido en América, al que comunicaba cierto atractivo infantil su acento extranjero. Luego añadió con coquetería: Le conozco, capitán. ¡Siempre el mismo!... Lo de la rosa de Pompeya estuvo muy bien... Fué digno de usted.

Estaba indignado, al parecer, y su indignación la comunicaba de grado o por fuerza a los Infanzones. Señores exclamaba ya lo ven ustedes: esta capilla es el lunar, el feo lunar, el borrón diré mejor, de esta joya gótica.

La alcoba de los pollos se comunicaba con habitaciones de servicio, y le seguían dos grandes piezas que Jacinta destinaba a los niños... cuando Dios se los diera. Hallábanse amuebladas con lo que iba sobrando de los aposentos que se ponían de nuevo, y su aspecto era por demás heterogéneo.

Feli le consultaba con inocente confianza, como si estuviese en presencia de una comadre del barrio. El señor Vicente no era un hombre: la locura religiosa le excluía del sexo. Se lamentaba al hablar con él de la inquietante hinchazón de su vientre. Le comunicaba su terror. ¿Era aquello natural?... ¿Qué opinaba el buen hermano?

Usted también está enferma murmuró Julio. Y mientras la iba observando, el sufrimiento de Laura se comunicaba a su semblante. Hoy Adriana no está, dijo ella. Hace días que tampoco viene... Ojalá llegara... ¿Por qué, Laura? ¡Se querrán ya tanto, usted y ella! Era la primera vez que Laura, hablando con Julio, aludía a esta pasión.

En lo que llamaba sala mi tío, además de la puerta que comunicaba con el comedor, había otras dos que debían corresponder a otras tantas fachadas de la casa.

Creyendo que con su presencia podía solucionar esta mala situación, Febrer hacía cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta de alguna finca; y apenas veía dinero en sus manos, levantaba otra vez el vuelo, sin prestar oído a los consejos del administrador. El dinero le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglaría. A última hora contaba con el recurso del matrimonio.

Poco a poco y noche tras noche fuí entablando amistad con la Pinta. Era una mujer dulce, triste y reconcentrada, o, según el tecnicismo de la Piernavieja, una simple que no servía pal caso. Apenas se comunicaba. Una noche me dijo que tenía poco más de treinta años; aparentaba menos de treinta. Otra me declaró el lugar de su nacimiento: la ciudad de Pilares.

A primeros de Noviembre se descubrió un canal que corría de Oriente á Poniente, y sospechando fuese el paso que comunicaba el Atlántico con el mar del Sur, mandó el Almirante fuese de exploradora la San Antonio, cuya nave volvió con la fausta nueva, de que el canal que acababa de recorrer vertía sus aguas en las saladas ondas de los mares que buscaban.

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