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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya entrada era casi invisible por las revueltas entre las peñas del brazo acuático que lo comunicaba con el mar. Sólo de tarde en tarde aparecían en esta plaza cerrada de agua azul los mástiles de algún velero que venía a cargar naranjas para Marsella.
Cerca de su casa encontró á Tchernoff. Don Marcelo estaba de buen humor. La seguridad de que iba á ver pronto á su hijo le comunicaba una alegría infantil. Casi abrazó al ruso, á pesar de su aspecto desastrado, sus barbas trágicas y su enorme sombrero, que hacían volver la cabeza á los transeuntes.
El patio, que era pequeño y se comunicaba con la huerta por una reja de madera casi siempre abierta, estaba muy mal empedrado, resultando tan irregular el paso de la coja, que los balanceos de su cuerpo semejaban los de una pequeña embarcación en un mar muy agitado.
Más de doscientos jóvenes exaltados, lleno el espíritu de pasión expansiva, le aplaudían con entusiasmo. El joven orador comunicaba su indiscreta fe á aquella masa de juventud inocente y soñadora, cuando cuatro infames, á dos pasos de allí, preparaban un sangriento desastre.
El millonario movió melancólicamente la cabeza. Sí; poseía todo lo que da la felicidad aparentemente; por esto á nadie comunicaba su tristeza, para que no le creyesen loco. Únicamente á su primo, que conocía por sus estudios las rarezas de la vida, se atrevía á hablarle.
Salió a la sala de recibimiento, vasta pieza en el centro del edificio, fría y de altísimo techo, que comunicaba con la escalera. Las paredes blancas habían tomado con los años un tono amarillento de marfil. Era preciso echar la cabeza atrás para alcanzar con la vista el negro artesonado del techo.
La unción de Paulita se comunicaba á las otras dos, y la misantropía amarga de Salomé se repetía igualmente en las demás. La alegría, el dolor, las alteraciones de la pasión y del sentimiento no se conocían en aquella región del fastidio. La unidad de aquella trinidad era un misterio.
Poco despues de su llegada, recibió la noticia que los indios rebeldes se hallaban sobre Puno: la comunicaba el Gobernador de Chucuito, Moya, y le llamaba, advirtiéndole aprovechase los instantes para socorrerle.
Desde aquella ventana se oteaba la ría entera de Nieva hasta El Moral, que era el sitio por donde comunicaba con el mar. No mediría más de una legua de largo; el ancho variaba extremadamente, según se la viese en baja o pleamar, en mareas vivas o muertas.
Reynoso, sin pasar delante de ella como tenía por costumbre, quiso abrir la puerta de madera que comunicaba con el bosque, pero antes de hacerlo lo divisaron los chicos del jardinero que volaron hacia él dando chillidos penetrantes. Quedó un instante inmóvil y una sonrisa de alegría iluminó su semblante enfoscado. Las palomas habían tenido menos suerte. ¿Qué queréis? preguntó fingiéndose serio.
Palabra del Dia
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