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Actualizado: 26 de junio de 2025


«Si quiere usted contemplar toda la gracia del mundo, míreme a dijo Ballester, que dejando la vara, dio una vuelta, cogiéndose los faldones de la levita . Estoy guapo, ¿ o no?». Ballester ostentaba aquel día zapatillas nuevas, estrenaba traje de lanilla de los más baratos, y se había ido a la peluquería, donde después de cardarle la caballera, se la habían rizado con tenacillas.

Artegui hablaba con su entonación lenta y desdeñosa de costumbre. No insistió Lucía , si lo extraño no es lo que me ha sucedido. Lo que hallo inusitado, es usted. Vamos, Don Ignacio, que usted bien lo conoce. Yo nunca vi a nadie que pensase lo que usted piensa, ni que lo dijese; y por eso a veces murmuró cogiéndose la frente con ambas manos suele pasarme por acá la idea de que estoy soñando aún.

Un ruido vibró en sus orejas, sintió al rededor de las sienes el chasquido de un latigazo, la nube roja reapareció ante sus ojos, volvió á ver los cadáveres de su mujer é hija, y al lado el hombre y el fraile riendo y cogiéndose la cintura. Olvidóse de todo, dió media vuelta y siguió el sendero por donde marchaban aquellos: era el sendero que conducía á sus terrenos.

La casa de doña Manuela llamó la atención por la tarde casi tanto como la falla. Entre las banderolas nacionales de los balcones asomaban una docena de airosos cuerpos y graciosas cabezas, elegante escuadrón de muchachas, que, cogiéndose de la cintura, jugueteando o riendo, miraban al gentío que rebullía abajo.

Avanzó, cogiéndose con ambas manos a la barandilla, y llegó hasta su cuarto. El huracán, penetrando por la ventana abierta, se había enseñoreado de él; los papeles volaban, los muebles a que se iba agarrando estaban mojados. Sus manos tropezaron con el sillón del escritorio, y se sentó sin intentar siquiera buscar los fósforos ni cerrar la ventana.

Al verla llegar, al cabo, con su vestidito gris, soportando gallardamente las dos existencias en que su ser se partía, una emoción intensa hizo palpitar su corazón. Corrió hacia ella y se apretaron las manos y se miraron a los ojos con embeleso. Luego, cogiéndose del brazo, entraron en el Retiro, y pasearon charlando bajo los árboles.

Rubinius vulgaris dio un paso, dejando solos a los dos curas que hablaban cogiéndose recíprocamente las borlas de sus manteos, y vio desaparecer a su amada, a su ídolo, a su ilusión, por la puerta aquella pintada de blanco, que comunicaba la sala con el resto de la religiosa morada.

Las muchachas, cogiéndose del brazo, marchaban tras él cantando con insolente sonsonete: ¡Ahí va! ¡Ahí va el tío del gabán! Los mozos reían la gracia y parecían dispuestos a apoyarla saludando con un cantazo al señorito si tenía el mal gusto de incomodarse. Maltrana dejó a la espalda esta alegría hostil y salió al campo. Pensaba visitar la cabaña de Zaratustra antes de ir a las Carolinas.

Sintió Ojeda cierto remordimiento ante este llanto. ¿Por qué lloraba?... Y ella, como si se avergonzase de su emoción, profería balbucientes excusas. No sabía por qué lloraba... Pero era tan feliz, ¡tan feliz!... Un ruido de pasos despegó sus bocas instantáneamente, y cogiéndose del brazo, continuaron su paseo con afectada indiferencia.

Y cogiéndose con fuerza de su brazo le empujó hacia la escalera seguido de Nati y Rafael entre las miradas atónitas del oficial, del inspector y de los tres o cuatro empleados que allí había a tales horas. Una vez en la calle, la hermosa tirana ofreció su coche a Nati y Rafael, y se metió sin vacilar en el del duque, que la siguió taciturno pero sumiso.

Palabra del Dia

estaquis

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