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Empezó por asegurarse de la curiosidad de Papitos, echando la llave a la puerta después de encender la luz; pero ¿cómo asegurarse de su propia conciencia que se le alborotaba, pintándole la falta proyectada como nefando delito? Comparó las dos huchas, observando con satisfacción que eran exactamente iguales en volumen y en el color del barro. No era posible que nadie adviniese la sustitución.

Era cosa de morirse de abatimiento. Y no obstante, como ella, para hacer frente a un hecho, siempre tenía pronta una idea, amparose de una bellísima, que le valió de mucho para consolarse. ¿Con quién creerá el lector que se comparó? Con María Antonieta en la Conserjería. Era ni más ni menos que una reina injuriada por la canalla.

El gitano se aproximó silenciosamente a la brújula, comparó su dirección con la del viento, calculó las probabilidades de la brisa, reflexionó un instante... después tomó un silbato de oro suspendido de su cintura, se lo llevó tres veces a la boca, y de un salto se plantó en el empalletado. A esta señal, diez y ocho negros subieron silenciosamente al puente.

Vaya, vaya, ojo con lo que hablas, porque si te descuidas te va á quedar la lengua fuera de los dientes. ¡Qué! ¿te ofendes porque te comparo con los animales? Pues, querido, lo mismo que yo todos tenemos algo, mayormente, del animal. ¿Será en las uñas? No... ¿Será en los dientes? Tampoco... Entrando en el terreno filosófico, que era su fuerte, Martinán se hallaba en el colmo de la alegría.

Y se sintió tan deliciosamente refrescado que olvidó no sólo los cuidados presentes, sino hasta los placeres pasados. Una luz nueva iluminó su espíritu; comparó de una sola ojeada sus antiguos amores, agitados y cenagosos como un charco, con la dulce limpidez de la felicidad legítima. Es la historia de todos los maridos jóvenes.

Cuando don Fermín se vio encerrado entre las cuatro tablas de su confesonario, se comparó al criminal metido en el cepo. Aquel día las hijas de confesión del Magistral le encontraron distraído, impaciente; le sentían dar vueltas en el banco, la madera del armatoste crujía, las penitencias eran desproporcionadas, enormes.

El jesuíta la comparó en una reunión de señoras con las mujeres fuertes de la Biblia y con un sinnúmero de santas, todas princesas ó consejeras de reyes. «Con señoras tan valerosas, pronto volverá el reinado de Jesús sobre la tierraUrquiola era otro panegirista que en las reuniones de jóvenes católicos ensalzaba, entre risas, la gran treta que su tía había jugado á aquel marido gigantón con cara de vinagre.

Convenido dijo riendo Amaury, pero ten mucho cuidado, porque te escucharé reloj en mano. Mira: señala en este momento las nueve y diez minutos. Felipe sacó también el suyo, comparó los dos cronómetros con cómica gravedad, que era habitual en él, y repuso: Tu reloj adelanta cinco minutos. O los atrasa el tuyo.

Obedeció Roger inmediatamente y sentándose después sobre apartada roca trató de recordar una á una las palabras del barón y su propia confesión; comparó también las desfavorables circunstancias que le rodeaban cuando por primera vez vió á su amada, novicio indigente y sin hogar, con la holgada posición que le creaba la prematura muerte de su hermano.

Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo el ala de su fieltro, echado atrás y adornado con una cinta a flores, escapábanse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza el arte moderno.