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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Finalmente, un día en una tienda donde su madre regateaba unos juguetes, Pepito llamó ladrón al comerciante: horror al mercantilismo imaginó el abuelo.
Se fue el pobre comerciante muy desconsolado y así que llegó a su casa, dió los regalos a sus hijas, que se pusieron muy contentas, pero como le veían siempre triste le preguntó la más pequeña: ¿Porqué está Vd. tan triste padre? 55 Por nada, hija mía, contestó el padre. No; Vd. oculta alguna pena que no quiere decir, porque siempre que me mira, le veo a Vd. llorar.
Su voz había adquirido un timbre siniestro, lúgubre que hacía estremecerse al estudiante. Llamado por los vicios de los que las gobiernan, he vuelto á estas islas y, bajo la capa del comerciante, he recorrido los pueblos.
Las olas están constantemente furiosas, y aparte el riesgo que se corre es largo y difícil el trayecto, porque las embarcaciones anclan á bastante distancia de la ciudad. El viajero que no sea comerciante, dará una prueba de muy buen gusto no visitando la citada ciudad de Pernambuco, donde fuera de su comercio de algodon y café, no encontrará mas que una absoluta falta de limpieza.
Yo no sirvo para esto. No sé en qué estaba pensando mi hermana cuando se le ocurrió que yo podía meterme a comerciante... Para que usted se haga cargo... desde que estoy en esto, no he hecho más que perder dinero: pocos pagan, y yo no tengo genio para importunar... Así, cuanto más pronto salga de estos pingajos, mejor. Muchas señoras han venido, y se van llevando lo poco que me queda».
En el espléndido club, donde iba yo a comer casi de diario, me encontré a un rico y amable comerciante de origen español, trabé con él amistad y acabamos por hacernos muy íntimos. Era hombre de cuarenta y cinco años a lo más, pero parecía más joven por lo muy guapo, alegre y elegante.
A la madrugada, como dejamos dicho, embarcamos en un ligero y espacioso bote, propiedad de un honrado y laborioso comerciante, radicado en Calilayan, que galantemente nos lo había mandado. Acto seguido cayeron en las aguas del río de Pagbilao las seis palas de los remos.
Pero á los ebrios más consecuentes del establecimiento les placía beber debajo de este adorno extraordinario, y un comerciante debe sacrificar sus preocupaciones y sus miedos para mejor servicio del público.
Hijo de un mestizo español, rico comerciante en uno de los arrabales que cifraba todas sus alegrías y esperanzas en el talento del joven, prometía mucho por sus picardías y, gracias á su costumbre de jugar malas pasadas á todos, escondiéndose despues detrás de sus compañeros, tenía una particular joroba que se aumentaba cada vez que hacía una de las suyas y se reía.
Pues, señor, volviendo al asunto, y en la imposibilidad de referir punto por punto toda la historia de mi juventud, porque no acabaríamos hoy, le diré á usted que á los cinco años de mi práctica de comerciante, habiendo conocido perfectamente el manejo de los negocios y á una joven vecina de mi principal, monté de cuenta propia un establecimiento de géneros de refino, y me casé el día mismo en que cumplía treinta y un años; cosa que me costó mis trabajillos, porque los once meses de Salamanca me habían procurado una reputación de calavera de todos los demonios. Casado ya, mi vida tomó un giro enteramente diverso del de hasta entonces. Desde luego fuí nombrado síndico del gremio de zapateros, procurador municipal de dos pueblos agregados á este ayuntamiento, vocal perpetuo de una junta de parroquia, tesorero de la Milicia Cristiana y asesor jurado de una comisión calificadora para los delitos de sospecha de traición á la causa del Rey. Con todos estos cargos me puse en roce con las personas más importantes de la ciudad y me dieron entrada en palacio, que era todo mi anhelo ya mucho tiempo hacía, porque Su Ilustrísima era hombre de gran eco entre las gentonas de Madrid, y lo que por su conducto se averiguaba en Santander, no había que preguntar si era el Evangelio. Tenía Su Ilustrísima tertulia diaria de ocho á nueve de la noche, y la formábamos un médico muy famoso por sus chistes, que hablaba latín como agua; el P. Prior de San Francisco, hombre sentencioso y de gran consejo; un abogado del Rey, caballero de Carlos III; mi humildísima persona, y un Intendente de rentas, hombre de bien, si los había, temeroso de Dios como ninguno, servicial y placentero que no había más que pedir.... Por cierto que murió años después en Cádiz, de una disentería cuando el sitio del francés.
Palabra del Dia
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