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Actualizado: 16 de junio de 2025
Y diciendo esto había desatado el papel de la china en que venía liado con un hilo, y se diría que quería comérsele á besos. Ven á leer esa carta dijo el Comendador, donde haya luz y donde no vengan á interrumpirnos. En el despacho no hay nadie y ahora acaban de encender el velón. Ven, que es ya de noche y aquí no verás.
Los cuadros tenían a un lado cartelas blancas con los mismos remates plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas mayúsculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizcaínos; guerras en Cerdeña; asaltos de Bujía y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un Febrer el que dirigía a los combatientes o se hacía notar por su heroísmo, descollando sobre todos el comendador don Príamo, héroe endiablado, burlón y poco religioso, que había sido la gloria y la vergüenza de la casa.
De esta suerte, Clarita hubo de tranquilizarse y no sobresaltarse de no ver á D. Carlos por la mañana en la iglesia. Á quien vió varias veces casi en el mismo lugar en que D. Carlos se colocaba fué al Comendador, cuya maldad su madre le había ponderado, y que ella se inclinaba irresistiblemente á creer bueno.
Cuando terminó y se alzó del asiento, Elena vino hacia él, se colgó de su cuello y dejó caer la cabeza sobre su pecho sin decir palabra. Así estuvieron unos instantes. Suavemente Reynoso la condujo al diván y la sentó sobre sus rodillas. ¿Y ahora estaba contenta? Sí, sí, Elena estaba muy contenta; todo se le había pasado. Y volviendo repentinamente a su acostumbrada alegría comenzó a charlar con animada volubilidad. ¡Qué susto le había dado! ¿verdad? ¡Vaya una cara chistosa que había puesto cuando la vio aparecer! ¡Ni que fuera la estatua del Comendador!
Sus Tratos de Argel Cervantes, Hizo El Comendador Vega, Sus Lauras y El bello Adonis Don Francisco de la Cueva, Loyola aquella de Audalla, Que todas fueron muy buenas; Y ya en este tiempo usaban Cantar romances y letras, Y esto cantaban dos ciegos Naturales de sus tierras: Hacían cuatro jornadas, Tres entremeses en ellas, Y al fin con un bailecito Iba la gente contenta.
Clara había vuelto á salir de paseo con Lucía y acompañada del Comendador y de Doña Antonia; pero Clara estaba cambiada. Su palidez y su debilidad eran para inspirar serios temores. Su distracción continua asustaba también al Comendador.
Dominándose al cabo el Comendador, contestó á su sobrina: Mal puedo acordarme y mal puedo haber olvidado á esta señorita, á quien nunca he visto. Á quien sí he conocido y tratado mucho es á su señor padre; y también, á pesar de la vida retirada y austera que siempre ha hecho, tuve el gusto de tratar y ser amigo de mi señora Doña Blanca Roldán. ¿Cómo está su señora madre de V., señorita?
Después de haberse enterado de la conversación entre el fraile y Doña Blanca, el Comendador se abstuvo de tomar una resolución precipitada.
Reconociendo que lo menos peligroso, lo menos ocasionado á males, era que se viesen ambos cómplices, por si lograban entenderse y convenir en algo acerca de la hermosa Clarita, no quiso el padre hablar con Doña Blanca y proponerle una conferencia con el Comendador.
El altercado de don Juan y el Comendador hizo a la Regenta volver a la realidad del drama y fijarse en la terquedad del buen Ulloa; como se había empeñado la imaginación exaltada en comparar lo que pasaba en Vetusta con lo que sucedía en Sevilla, sintió supersticioso miedo al ver el mal en que paraban aquellas aventuras del libertino andaluz; el pistoletazo con que don Juan saldaba sus cuentas con el Comendador le hizo temblar; fue un presentimiento terrible.
Palabra del Dia
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