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Actualizado: 16 de junio de 2025
Doña Antonia, mujer de D. José, y sus dos hijos, D. Francisco, de edad de catorce años, y doña Lucía, que tenía ya diez y ocho, acompañados de la chacha Ramoncica, recibieron con júbilo, con abrazos y otras mil muestras de cariño al Comendador, quien ya tenía por suya la casa solariega.
Fué la primera buscar modo de ver y de hablar á la severísima Doña Blanca; la segunda, sondear bien el ánimo de D. Carlos para conocer hasta qué punto amaba de veras á la niña y merecía su amor, y la tercera, tratar con el P. Jacinto y proporcionarse en él un aliado para la guerra que tal vez tendría que declarar á la madre de Clarita. Así lo hizo el Comendador.
El Comendador, que al fin no era una criatura inexperta, conoció pronto que amaba á Lucía y que de ella era amado; pero, pensando en su edad y en el idilio de D. Carlos, no se atrevía á declarar su amor, si bien le manifestaba con su constante solicitud en servir á Lucía. Ella no atinaba, entre tanto, á comprender la timidez del Comendador, á quien juzgaba enamorado.
D. Álvaro de Sande acudió con arcabuceros á la playa con el fin de proteger á los muchos que, desnudos, llegaban nadando, mientras el Duque, Juan Andrea y el Comendador de Guimarán conferenciaban acerca de lo que se hubiera de hacer, sin ocurrir á los dos últimos otra cosa que salir como se pudiera de la isla.
Don Fadrique López de Mendoza no era de los que condenan todo lo que se hace cuando no se les consulta. Halló bien lo hecho por su maestro, y lo aplaudió. Hasta la turbación y mutismo final del fraile le parecieron convenientes, porque no habían traído compromiso, porque no se había soltado prenda. Ya hemos dicho que el Comendador era optimista por filosofía y alegre por naturaleza.
La puerta se abrió, y entraron el Comendador y el fraile, sin que los viese nadie, ni la misma criada que les había abierto, pues entre el patio, á donde daba el balcón en que se hallaba la criada, y la puerta de la calle, había otro zaguán, del cual arrancaba la escalera principal ó de los señores.
Lo más razonable y verosímil es que esté en el purgatorio, y esto cree la generalidad de las gentes. Lo que se infiere de todo, ora esté el Comendador en el infierno, ora en el purgatorio, es que sus pecados debieron de ser enormes. Pues, mire V. replicó D. Juan Fresco, nada cuenta el vulgo de terminante y claro con relación al Comendador. Cuenta, sí, mil confusas patrañas.
Pensaba el Comendador que el perpetuo roce del espíritu de Doña Blanca con el de su hija; que la presión que ejercía en aquella joven de diez y seis años el severo y atrabiliario carácter de su madre, y que los terrores de que había cargado su conciencia, tenían á la pobre Clara en un estado de ánimo no muy distante del delirio.
Oído esto, sonrió el Comendador á su sobrina; y como ya estaban en la casa, se apartó de la muchacha, yéndose algo meditabundo y ensimismado, cual si procurase resolver un difícil problema. Mientras el Comendador y Lucía tenían el diálogo de que acabamos de dar cuenta, Clara había entrado en el cuarto de su madre. Doña Blanca estaba sentada en un sillón de brazos.
Sólo se concertó el mayor sigilo y circunspección en todo y disimular en lo posible la íntima amistad que entre el fraile y el Comendador había, á fin de no hacer sospechoso y aborrecible al fraile á los ojos de Doña Blanca.
Palabra del Dia
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