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Actualizado: 20 de mayo de 2025
A veces salía doña Luz de paseo con Pepe Güeto y doña Manolita, cuya luna de miel se prolongaba de un modo poco común, y mientras los esposos iban de burla o de risa, delante o detrás, y en interminable cuchicheo, el Padre, que los acompañaba, sostenía con doña Luz un coloquio grave, que a ella le parecía amenísimo, instructivo y sublime.
En este coloquio iban los dos antiguos estudiantes, cuando hubieron de soltar un tanto la disputa para atender y dar oídos a la aguda y penetrante voz de cierto caminante que picaba por alcanzarlos y que cantaba de esta manera: Con espuela y paso a paso llega el asno a la jornada; pero víbora o culebra dando saltos más alcanza.
A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas voces y gran rumor de gente en el palacio; y a deshora entró Sancho en la sala, todo asustado, con un cernadero por babador, y tras él muchos mozos, o, por mejor decir, pícaros de cocina y otra gente menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de fregar; seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.
Los coches comenzaron a caminar en medio de la muchedumbre. Rodeábanlos amarteladas parejas que marchaban de bracero en íntimo coloquio, viejos que llevaban niños de la mano, sujetando en la otra grandes pañuelos atestados de confites, grupos de muchachas cambiando sus impresiones en voz alta, riendo con sonoras carcajadas.
Tres o cuatro curiosos se habían parado a la puerta de la calle, y al través de las rejas de la cancela nos miraban sin curiosidad alguna, atentos sólo a la música. Cuando ésta cesó, siguieron su camino. Ea, basta de coloquio dijo Pepita, acercándose a su hermana y a mí, que aún continuábamos sentados. Llevan ustedes media hora juntos, y el reglamento de la casa no permite más que quince minutos.
Conversaba con ella, en inefable dulce coloquio, como en otros dias; mirábala llorar de amor, y loco sus lágrimas bebia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creia verla, entrándome en su alma, pura como mi amor, pura y bendita; creia que me amaba y que era buena... ¡Y era mentira! Triste, marchita y harapienta y sola, ocultando su faz con extraño rubor, casi á mi lado hoy la he visto pasar.
Doña Lupe, que escuchaba este coloquio desde el pasillo, aplicando su oído a la puerta entornada, fue perdiendo el miedo al oír la voz serena de su sobrino, y abrió un poquito, dejando ver su cara inteligente y atisbadora. «Entre usted, doña Lupe le dijo Segismundo . Ya está bien. Pasó el arrebato. Pero no quiere creer que hemos perdido a su esposa.
Estábamos D.ª Gregoria y yo enfrascados en este coloquio, que no dejaba de interesarme, cuando volviendo de su oficina D. Santiago Fernández, quitóse gravemente el pesado uniforme, que su consorte colgó en la percha, no lejos de la amenazadora lanza, y se dispuso a comer.
En el viaje que hizo á la ciudad, al día siguiente de su largo coloquio con el Comendador, le acompañó, á más del lego, un rústico seglar ó profano, para que cuidase la corza. Seguido, pues, de su lego, de la corza y del rústico, y caballero en su jigantesca borrica, el padre Jacinto entró sano y salvo en la ciudad á las diez de la mañana.
Cuando el cura me explicaba un problema, pensaba yo en Rebecca a quien había dejado en coloquio con el templario; cuando me daba una lección de historia, veía desfilar ante mis ojos los encantadores héroes, entre los que mi corazón inconstante había elegido ya una quincena de maridos, y cuando me reprendía, no le oía ni la mitad, hallándome ocupada en confeccionar un traje parecido al de Isabel de Inglaterra o al de Amy Robsart.
Palabra del Dia
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