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Actualizado: 16 de junio de 2025
En Manila, en una dulcería que había cerca de la Universidad, muy frecuentada por estudiantes, se comentaban las prisiones de esta manera: ¿Ya cogí ba con Tadeo? preguntaba la dueña. Abá, ñora, contestaba un estudiante que vivía en Parían, ¡pusilau ya! ¡Pusilau! ¡Nakú! ¡no pa ta pagá conmigo su deuda!
Yo mismo cogí el farol que estaba encendido desde mucho antes por un lujo de precauciones tomadas a falta de cosa mejor y más tranquilizadora en que ocuparme, y bajé de tres en tres los peldaños de la escalera; llegué al portón al mismo tiempo que se repetían en él los garrotazos, y con mano torpe y acelerada solté el barrote que le aseguraba por dentro, destranqué y abrí.
Aunque hace poco tiempo que estoy en la casa ya cogí ley al señorito, porque es simpático y amable... y tiene ángel... ¡vamos porque sí, porque me gusta! Pero ya el señorito puede comprender que una joven sola en una casa con un caballero no parece bien... La gente es muy mala y se agarra a cualquier cosa para hacer daño... Necesito mirar por mi honra.
Yo cogí una fiebre y no me he curado todavía de ella.» En el paquete venían dos grandes perlas que Small me enviaba. Me repugnaba quedarme con ellas; no quise enseñarlas a mi mujer, y, subiendo al Izarra, las eché al mar. Servirán pensé para que se adorne alguna ondina de aquellas conocidas por Yurrumendi. Han pasado muchos años de vida normal, tanquila, sin más incidentes que los cotidianos.
Animado con esta reflexión, cogí la pluma y ya iba a escribir nada menos que un elogio de todo lo que veo a mi alrededor, el cual pensaba rematar con cierto discurso encomiástico acerca de lo adelantado que está el arte de la declamación en el país, para contentar a todo el que se me pusiera por delante, que esto es lo que conviene en estos tiempos tan valentones que corren, pero tropecé con el inconveniente de que los hombres sensatos habían de sospechar que dicho elogio era burla, y esta reflexión era más pesada que la anterior.
Un día cogí yo a Sabel por un brazo y la puse en la puerta de la casa: la misma noche se me despidieron las otras criadas, Primitivo se fingió enfermo, y estuve una semana comiendo en la rectoral y haciéndome la cama yo mismo.... Y tuve que pedirle a Sabel, de favor, que volviese.... Desengáñese usted, pueden más que nosotros.
Al ver esto, todas las vecinas de la casa que estábamos en los balcones, empezamos a tirarles cuanto teníamos. Una les echaba una cazuela de agua hirviendo, otra la sartén con el aceite frito; yo cogí el puchero que había empezado a cocer, y sin pensarlo dije: «Allá va»; y aunque aquel día nos quedamos sin comer, no me pesó, no, señor.
Si ese monumento no fuese tan magnífico, seria menos palacio; pero seria más iglesia. Diciendo y haciendo, cogí la escalera, y la señora se quedó mirándome, como una persona que piensa y que no acaba de comprender su propio pensamiento. =Día sexto=. Calle de Rívoli, casa de la Ciudad, columna de Julio, arco del Triunfo, campos Elíseos. ¿Se vive aquí mejor que en otros puntos?
Sí, señora: doble y rojo repitió Leto . Un clavel doble y rojo que yo tenía en la boca en cierta ocasión, mientras dibujaba... ¿Está usted? Pues bueno: estando así, se le partió el rabillo y se me cayó al suelo; y entonces yo... maquinalmente, le cogí... y, maquinalmente, le guardé donde usted le ve; y ahí se ha quedado hasta hoy...
Porque lo dejaba allí todo.... Mi equipaje, lo único que tengo en el mundo. No sé qué cogí aquella noche, al relente, furiosa, por la calle húmeda... ¡Oh! En fin, la voz, que ya andaba muy mal, se fue de repente.... Desde aquella noche canto... como tu mujer. No salgo de la fonda... porque no puedo pagar. D. Carlos me insulta unas veces... y otras me requiebra.
Palabra del Dia
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