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Fue Pepito... Los papeles llenos de garabatos, los cogí yo, creyendo que no servían para nada. CUESTA. Vamos, haya paces. MÁXIMO. Paces. ELECTRA. Esto por lo que me has dicho. MÁXIMO. ¡Si no he callado nada! PANTOJA. Formalidad, juicio. EVARISTA. ¿Qué te ha dicho?

Parecía que me miraba. Era de níquel, labrado, con muchos garabatos. Cuando te dormiste, me eché de la cama y lo cogí. Era un botón de mujer, de los que se usan ahora en las chaquetillas. Lo tengo guardado. Estas ignominias se guardan para en su día sacarlas y decir: ¿me negarás esto?... ¡Y siempre tan comediante! ¡Yo pasaba unas fatigas...!, pero nunca quise rebajarme al espionaje.

Además añadió con la voz preñada de lágrimas , su madre de usted no me quiere.... Ha dicho que yo soy una chica mala ... que ando tirando piedras. Su madre de usted no me quiere ... usted tampoco. Sólo mi padre me quería y yo voy a reunirme con él. Y la chica, en un momento de arrebato, se acercó al acantilado con intención de tirarse al mar; yo la cogí de un brazo y la retiré de allí.

El corazón me golpeaba en el pecho como un martillo de fragua; creí que me caía. Apareció ella y extendió la mano. Yo la cogí entre las mías. Estaba tan emocionado que no podía decir nada. Dolores, de pronto, rápidamente, me dijo que se había casado y que era muy desgraciada. Había comprobado que su marido, el marqués, era el amante de su madre, y ella quería vivir conmigo y abandonar Cádiz.

La tía María sollozaba y se retorcía las manos de dolor. ¿Pero qué hicieron tantos como presentes estaban? preguntó Dolores llorando , ¿no hubo nadie que prendiese a ese desalmado? Eso es lo que yo no contestó Momo , pues al ver aquello, cogí dos de luz y cuatro de traspón, no fuese que me llamasen a declarar.

Y, sin aguardar su respuesta, la cogí de las manos, obligándola a levantarse, y la abracé por el talle. Uno..., dos... Ahora con el izquierdo. Uno..., dos... Vuelta con el derecho. Perdíamos el compás a cada momento; pero ¡qué importa! Cada traspiés nos hacía reír alegremente. Una vez Gloria me pisó. ¡Huy, huy! exclamé, fingiendo un gran dolor . ¡Cómo pesa la carne de monja!

Delante de la puerta, Teresa volvió á hacerme jurar que no pensaba nada malo de ella, y que al día siguiente á las dos en punto de la tarde, me presentaría debajo de sus balcones. Cuidado que no faltes. No faltaré, preciosa. ¿Á las dos en punto? Á las dos en punto. Llama ahora con un golpe á la puerta. Cogí la aldaba y di un golpe fuerte. Al poco rato se oyeron los pasos del portero.

Al entrar en posesión de mis facultades, se apoderó de mi el espanto y me estremecí viendo á aquella desgraciada inmóvil y contraída. La cogí, quise levantarla y su cuerpo me resultó pesado y blando en mis brazos. La llamé y no me respondía. Iba á pedir socorro para tratar de volverla á la vida, pero la prudencia me contuvo.

Gracias que yo partía con ustedes lo que me daban en las casas ricas, y una noche, ¿se acuerda? traje un hueso de jabalí que lo estuvo usted echando en el puchero seis días seguidos, hasta que se quedó mas seco que su alma puñalera. Yo no tenía obligación de traer nada: lo hacía por la Silvia, á quien cogí en brazos cuando nació de señá Rufinica, la del callejón del Perro.

Machaqué la llena; cogí el oro y la plata y pasé a esta el cobre, añadiendo dos pesetas en cuartos para que pesara lo mismo... ¿Quiere usted verlo?». Antes que doña Lupe respondiera, Maximiliano estrelló la hucha contra el suelo, y las piezas de cobre inundaron la habitación.