United States or Northern Mariana Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Yo cogí la ocasión por el cabello y le dije: «Tienes mucha razón, amigo mío. Pero la sustituta de Gertrudis está llena de buena voluntad, y si tomamos otra sería tan ignorante o tal vez menos dispuesta que ésta. Conservemos y enseñemos a esta idiota que tenemos. Yo me encargo de convertirla en una cocinera modelo.

La última vez lo cogí en Marengo..., hace catorce años... ¡Me parece que fue ayer! De repente, oyose fuera crujir la nieve endurecida como por la presión de unas pisadas rápidas. Hullin prestó atención: «¡Es alguien!...» Casi inmediatamente después dos golpes, suaves y secos, sonaron en los cristales. Juan Claudio se dirigió a la ventana y la abrió.

Pues, á pesar de santiguarnos de lo lindo, no le queríamos mal, porque era hombre franco y nunca delataba á nadie. En una acción cayó herido á mi lado: yo lo cogí y lo llevé sobre las espaldas cerca de una hora, hasta encontrar una barraca, donde murió á las pocas horas. ¡No habrás pasado pocos trabajos, Periquillo! Llevarías escapulario siempre, ¿no es verdad? De Nuestra Señora del Carmen.

Levantéme enseguida, cogí los papeles y me volví a la cama, dispuesto a enterarme de ellos.

Vi uno negro, espantoso, que, mirándonos con horrible fijeza, bajó la cabeza con intención hostil y dio algunos pasos... El terror me arrebató de tal modo, que sin saber lo que hacía cogí la fusta y pegué un feroz latigazo a los caballos. El coche partió como un rayo, rompió la línea de curiosos y se lanzó por el campo, en medio del vocerío de la gente.

Cogí, sin embargo, una pluma y un gran pliego de papel presumiendo que se llenaría con los títulos de las luminosas obras que habría publicado durante su vida el célebre literato don Timoteo. Yo hice empezó una oda a la Continencia... ya la conocerá usted... allí hay algunos versecillos. Continencia dije yo repitiendo. Adelante.

Entonces me defendí golpeándola el pecho, pegándola con la rodilla en el vientre, tratando de tirarla al suelo. Y así luchamos sordamente, sin un grito, respirando el odio y la muerte. Mis ojos se cegaron por una espesa niebla. La cogí por la garganta y apreté los dedos hasta hundírselos en la carne. De pronto aquella mujer cesó de luchar y cayó en la alfombra.

Al entrar en nuestra habitacion, vi algunas cartas sobre la chimenea. Abro la primera que cogí, y con la carta abierta en la mano, digo á mi compañera: ¿Por quién dirás que podemos volver á España cuando queramos? Mi mujer me miraba con mucha atencion, y con un aire indefinible de sorpresa y de regocijo. ¿Por quién? me preguntó. Por la ciudad de Reus. ¡Bendita sea! exclamó mi mujer.

Todos brincaban por el salón, acometidos de un vértigo en el cual debían de tener alguna parte el manzanilla y el amontillado que nos habían servido. Cuando nos cansamos, fuimos de nuevo a sentarnos. Cogí su abanico, le di aire fuertemente, tan fuerte, que lo rompí, lo cual fue ocasión de nuevas bromas y risas. No habíamos hablado nada de nosotros mismos.

Con acento un poco cínico, comentarió, riéndose: Está mal hecho..., ya lo , ¡qué demonio!; pero yo necesitaba salir de Rucanto a escape, sin despedidas ni explicaciones; me hacía falta dinero, y ya, de coger algo, cogí todo lo que había...; ¡que se arreglen como puedan!... Venía yo de muy mal humor...; sacrificarse duele, hombre; hace mala sangre y pone la vida oscura.