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Actualizado: 26 de junio de 2025
No se batirán me dijo lord Gray . Todos los días hacen lo mismo y después no hay nada. No he traído el escarbador de dientes dijo Lombrijón, encontrándose sin armas. Pues ni yo tampoco añadió Vejarruco. Camaraíya, por eso no ha de quedar. Usté está amarillo. Señores, cuando eché mano al cinturón me relucieron las uñas, y pensó que era jierro. ¡Zorongo!
Y después de un momento de silencio, Grano de Sal añadió con un aire muy satisfecho: Prefiero eso que no haber caído de cabeza. Luego, consolado por esta reflexión filosófica, fue fielmente a cuidar del desayuno del maestro Zeli. ¡Hola! ¿de dónde viene usted, bello señor, con la cabeza desnuda... el cinturón colgando?... ¡Qué palidez!... amigo... ¡qué palidez! Words-Vok.
Según se iban acercando a ella, el blanco cinturón, que desde lejos parecía ceñirla, rompíase en mil pedazos separados por considerable distancia. Ruido formidable de muchedumbres que combaten, cadenas que se arrastran y peñas que se desgajan, venía de allá indicando a nuestros viajeros que se acercaban al término de su jornada.
Delante de la puerta de la casa de Chacón había un grupo de mujeres silenciosas que contemplaban el cadáver del coronel, teñido en sangre, con la frente partida y destrozado el pecho. Algunos niños, en quienes podía más la curiosidad que el miedo, se habían acercado hasta tocarle los dedos, las espuelas y el cinturón.
Otros, mestizos ó blancos, vueltos al estado primitivo después de largos años de existencia en el desierto: hombres de perfil aguileño, gran barba y luenga cabellera, tocados con amplios chambergos y llevando un cinturón de cuero adornado con monedas de plata, dentro del cual ocultaban, á medias nada más, el revólver y el cuchillo.
Eran hombres que se habían echado el alma á las espaldas, de rostros tostados por el sol y grandes y espesas barbas; sus pantalones, cortos y anchos, estaban sostenidos por un cinturón, que á veces cerraban placas ó hebillas de oro, y del cual pendía siempre un gran cuchillo, y en algunos casos un sable.
Y entonces se levantó Don Pomposo del sofá colorado: «Mira, mira, Bebé, lo que te tengo guardado: esto cuesta mucho dinero, Bebé: esto es para que quieras mucho a tu tío». Y se sacó del bolsillo un llavero como con treinta llaves, y abrió una gaveta que olía a lo que huele el tocador de Luisa, y le trajo a Bebé un sable dorado ¡oh, que sable! ¡oh, qué gran sable! y le abrochó por la cintura el cinturón de charol ¡oh, qué cinturón tan lujoso! y le dijo: «Anda, Bebé: mírate al espejo; ése es un sable muy rico: eso no es más que para Bebé, para el niño». Y Bebé, muy contento, volvió la cabeza adonde estaba Raúl, que lo miraba, miraba al sable, con los ojos más grandes que nunca, y con la cara muy triste, como si se fuera a morir: ¡oh, que sable tan feo, tan feo! ¡oh, qué tío tan malo!
Apretando su cinturón colorado, el más fornido, el más ágil saltaba de su barquichuelo, y ya encima de aquella mole inmensa, sin preocuparse del riesgo que pudiese correr su vida, lanzando un ¡han! prolongado, hundía el arpón en las carnes del confiado monstruo. Descubrimiento de los tres Océanos.
Y mientras discurría de esta suerte para sí, aumentaba su deseo ansioso de que se reconstruyera el idilio y se casaran. Con la primera que se encontró fue con la misma Laura. Había adelgazado en pocos días. Vestía un batón azul, ceñido con cinturón de seda negra, y en tan descuidado arreglo, sin embargo, una gracia suave la envolvía. Adriana quedó helada.
Yo he tenido que apretarme igualmente el cinturón muchas veces; pero siempre encontraba, al fin, en las Repúblicas pequeñas, algún tirano, ó aspirante á tirano, que se encargaba de mantenerme á cambio de insultos á sus adversarios y de elogios disparatados á su persona. Al pasar de España á América, deseé cambiar de profesión.
Palabra del Dia
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