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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Así como las fronteras nacionales tienen sus jefes de aduana sin cuyo pase no es posible entrar, el real sitio de San Lorenzo posee un interesante personaje (nada antipático por cierto) sin cuya compañía es de todo punto inútil, si no imposible, visitar los monumentos, los jardines y demas bellezas del lugar. Ese personaje es un ciego, llamado Cornelio, de reputacion mas que europea, anciano muy bondadoso y atento y de una memoria prodigiosa apesar de sus setenta y seis años. Cornelio es el guia ó cicerone obligado de todo el que visita el palacio del Escorial. El siglo XIX lo encontró ya privado de la vista, y durante cincuenta ó mas años el pobre ciego ha recorrido por lo ménos quince mil veces todos los claustros, salones, galerías, escaleras y patios del inmenso edificio, y relatado dia por dia los mismos hechos y las mismas cosas á centenas de miles de curiosos visitadores.

Volví a ver los hombres de nuevo, grandes como no son; y abrí los ojos buscando mi cicerone. No vi nada, sino el gran cuasi por todas partes. Es cosa generalmente reconocida que el hombre es animal social, y yo, que no concibo que las cosas puedan ser sino del modo que son; yo, que no creo que pueda suceder sino lo que sucede, no trato por consiguiente de negarlo.

El primer paseo por toda ciudad monumental debe hacerse sin cicerone y sin Guía escrita, única manera de formar juicio propio de las cosas y admirarlas, ó no admirarlas, independientemente de sugestiones y comentarios ajenos.

Hallábase Moreno contemplando una imagen yacente, encerrada en lujosa urna de cristal, cuando sintió a su lado este susurro: «Bonita efigie ¿verdad? Es el Cristo que sacamos en la procesión del Santo Entierro». Volviose y vio a su lado a Estupiñá, calado hasta las orejas el gorro negro de punto, señalando la imagen con gesto de cicerone.

El extranjero es el bu del general Santa María. Señor duque, si no me hubierais nombrado ayudante vuestro, cuando erais ministro de Guerra, no habría contraído tantas relaciones con los diplomáticos extranjeros de Madrid y no me estarían quemando la sangre con cartas de recomendación. ¿Creéis, tío, que me divierte mucho el servir de cicerone, como lo estoy haciendo desde que vine a Sevilla, con todo viandante?

La emocion mágica que experimenté contemplándole, de seguro que no la hubiera apreciado en su grande valor, si hubiese salido del hotel acompañado de un cicerone, que en el camino me hubiera descrito el edificio, ponderado la severidad de su gótica arquitectura y dádome una idea de su grandeza.

Poco añadirían a su reputación mis encarecimientos, que, por otra parte, parecerían quizás interesados. Es ocioso encomiar lo que está a la vista. Ponerse a describir bellezas fácilmente apreciables por cuantos tienen ojos y gusto es más de cicerone que de crítico.

Esta circunstancia le hizo fijarse todas las tardes, al anochecer, en el famoso crucero de las Cuatro Calles, sitio en que podía recrear su vista sin necesidad de cicerone.

¿Tiene U. valor para entrar? me dijo mi amigo cicerone, mostrándome un agujero practicado al pié del muro exterior de una casa mohosa. ¿Entrar á dónde? le contesté. Pues...al infierno! me repuso con profunda emocion. ; aquí vive una parte de la especie humana, de la Europa civilizada, en el corazon de Lóndres, como el enjambre de gusanos que vive en el centro de una hermosa fruta.

Mi papel de cicerone me agradaba y divertía. Hice, pues, algunas pequeñas excursiones con Madame Duval. La llevé a Cintra, a Colares, a Cascaes y a Mafra. En Cintra, aun viniendo como veníamos del Brasil, nos extasiamos contemplando la fertilidad y hermosura de aquellas montañas, con sus bosques floridos de magnolias y de camelias.

Palabra del Dia

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