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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Pesada mano la de Nolles en tiempo de guerra, continuó el señor de Chandos. Á su paso por tierra enemiga deja siempre tras rastro sangriento y en el norte de Francia llaman todavía "Ruinas de Nolles" á los castillos desmantelados y pueblos destruídos que Sir Roberto dejó en aquellas asoladas comarcas.

Acercóse Chandos al escudero, díjole éste algunas palabras al oído y el anciano canciller hizo un ademán de profunda sorpresa, á la vez que miraba con curiosidad é interés evidentes al inmóvil caballero que á distancia esperaba el resultado de aquellas negociaciones. ¿Será posible? exclamó. Es la pura verdad, señor, dijo el escudero. Lo juro por San Iván de Bretaña.

Un arquero de la guardia me ha dicho que el príncipe quería romper una lanza, pero que sus consejeros no se lo han permitido, porque habrá más de combate que de torneo, tal están que arden los señores gascones. Por lo pronto tenemos á Chandos. Su Alteza le ha prohibido tomar parte en la próxima justa. Chandos será juez del campo, en unión de Sir Guillermo Fenton y el duque de Armagnac.

Vos, Chandos, dad las órdenes oportunas para que el señor de la Carra sea tratado y atendido cual lo merece por su rango y por sus prendas. Siempre bondadoso, observó Don Pedro. Aun con los que se le muestran tan altivos como acaba de hacerlo ese enviado, añadió Don Jaime. Decid más bien que procuro ser siempre justo, repuso el príncipe Eduardo.

Me manda el sargento Simón, dijo un arquero acercándoseles apresuradamente, para deciros que el señor barón ha resuelto pasar la noche en el alojamiento del canciller de Chandos y no necesitará vuestros servicios. Simón está en esa taberna con algunos camaradas y dice que si quisierais trincar con nosotros....

¿Quién es el próximo adalid inglés? preguntó el príncipe con voz que denotaba su viva emoción. El barón León de Morel, de Hanson, respondió Chandos. Campeón esforzado y diestro si los hay. Sin duda alguna, señor, pero su vista, como la mía, se halla muy quebrantada tras largas campañas.

Pero muchas de aquellas heroínas inglesas y otras que pudiéramos citar, como las de Monteagudo, Chandos y Belver, eran no sólo valerosas sino bellas, calificativo este último que por ningún concepto podía aplicarse á la baronesa de Morel. Os repito, barón, que una doncella como nuestra hija no debería pasar su vida cazando y corriendo por campos y bosques, decía la imponente dama á su esposo.

Debí sospecharlo, agregó Chandos retorciendo los largos bigotes y mirando fijamente al apartado caballero. ¿Qué decís, Chandos? preguntó el príncipe. Señor, una gracia os pido. Permitid á mi escudero que me traiga arnés para revestirlo y tener la alta honra de cruzar la espada con el campeón francés. Poco á poco, mi buen Chandos.

Y juraría que ambos están más acostumbrados á ceñir la armadura y repartir mandobles que á figurar entre cortesanos en la regia cámara. Á otros muchos nos pasa lo mismo, Sir León, repuso Chandos, y bien puedo asegurar que el mismo príncipe respira más á sus anchas en el campo de batalla que en su palacio. Pero oid los nombres de aquellos dos capitanes: Hugo Calverley y Roberto Nolles.

Desde luego, cuente Vuestra Alteza con que el rey de Francia vería el cielo abierto el día que los ejércitos ingleses cruzasen el mar, en persecución de los infieles de Oriente. Os conozco demasiado, Chandos, para no saber que esas palabras os las dicta vuestra razón, no el temor ni el cansancio de las guerras. ¡Qué enorme multitud!

Palabra del Dia

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