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En tal caso, señor, el mío me ha autorizado para revelar secretamente su nombre al muy ilustre señor de Chandos, y sólo á él, para que declare si Vuestra Alteza misma podría ó no romper lanzas con mi señor, sin el menor desdoro. Acepto la propuesta, dijo vivamente el príncipe.

Pero ahora, dejad aquí á vuestros escuderos, seguidme de cerca y creo que el príncipe no vacilará en recibiros fuera de turno, cuando sepa qué par de veteranos ilustres están haciendo antesala. Los señores de Morel y Butrón siguieron al de Chandos, saludando á su paso entre los grupos de nobles á muchos antiguos compañeros de armas.

Pendones son esos que podrán estarse aquí en fila, esperando turno, pero que han figurado y figurarán siempre en primera línea en los campos de batalla. ¡Bienvenidos, señores! ¡Qué alegría la del canciller De Chandos cuando vea y abrace á sus predilectos compañeros de armas! Por aquí, caballeros. Vuestros escuderos son sin duda dignos del renombre de sus señores.

Me tiene en poco, lo mismo que Chandos, y empieza á convertirme en blanco de sus pullas y cuchufletas. ¿Sabéis la que me lanzó anoche después del torneo? Alababa uno de mis amigos la fuerza de mi brazo y el príncipe tuvo á bien decir que por fuerte que fuera el brazo nunca lo sería tanto como el espinazo de mi caballo. Gracia ésta que fué recibida con gran risa por todos los presentes.

Tenía noticias de vuestra llegada y no he parado hasta dar con vos. Grande es el placer que me causa volver á ver al amigo querido y al modelo de caballeros, dijo Morel devolviendo el abrazo. Y por lo que veo, añadió riéndose el de Chandos, en esta campaña seremos tal para cual, porque á me falta un ojo y vos os habéis tapado uno de los vuestros. ¡Bienvenido, Sir Oliver! No os había visto.

Atónito el de Morel ante tamaño desplante, averiguó que el señor de Butrón se sentía ofendido por no haber figurado su nombre entre los cinco elegidos y se proponía pedir cuenta de aquel desacato á Chandos y Fenton.

Siempre la razón de estado, Chandos, que vos sacáis á relucir no sólo en la sala del consejo sino camino de fiesta tan alegre y lucida como ésta. ¿Y qué piensan de ella mis hermanos de Castilla y Mallorca? preguntó dirigiéndose á los príncipes españoles, que á su derecha cabalgaban.

Es montero mayor de Su Alteza y trovador como hay pocos, pero no iguala al señor de Chandos, que canta unas trovas alegres con más gracia que nadie. Tres águilas de oro en campo azul; ese es uno de los Lutreles, dos hermanos á cual más esforzado.

Y no está lejos la demostración palpable de lo que decís, exclamó riéndose el príncipe, porque allá diviso unas veintenas de arqueros cuyo vocerío no cede al de la multitud. Mucho me temo que sufran amargo desencanto si la copa de oro que he ofrecido al vencedor se queda en Aquitania en vez de cruzar el mar. ¿Cuáles son las condiciones, Chandos?

Cuando nuestro gracioso soberano se apresura á vestir la armadura de combate á los setenta años y el señor de Chandos le imita á los setenta y cinco, con tantas campañas y heridas como cuento yo, mal puede quedar en reposo la lanza del barón León de Morel. Mi propia fama me obliga, ya que tanto más notada sería mi ausencia. No, Leonor, debo partir.