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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Finalmente, a las diez vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces Sancho, diciéndole: -Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta. Pero no respondía palabra don Quijote; y, sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido.
Hay hombres que parecen cerrados como armarios; un extraño no sabe lo que hay dentro. Este viejo es de esos hombres. ¿Por qué ha llamado? ¿Qué quiere? ¿Qué va a decir?
Así lo hizo con más orgullo que vergüenza, y apartó las sábanas, dejando ver la carita sonrosada y los puños cerrados del tierno niño. «¡Cuidado que es bonito!» dijo Ballester inclinándose . Tiene a quien salir por una y otra banda. Dos horas hace que está tan dormidito. ¡Qué ángel! ¡Y si viera usted qué pillo es, y qué tragón! Viene determinado a darse buena vida.
¿Ni las mujeres tampoco, sin duda? Por los ojos de miss Maud pasó una llama. ¡Las mujeres menos que nadie! dijo con orgullo. Sorege la miró con aquellos ojos medio cerrados que no dejaban adivinar su pensamiento pero que tan bien seguían el de los demás, y dijo en tono seguro: Pues bien, miss Maud, hay que probarlo. ¿Qué significa la acogida que me hace usted?
María de la Paz había adquirido en el período de la decadencia el hábito de dormir la siesta, y ya durante los últimos Agnus Dei del rezo estaba haciendo cortesías con los ojos cerrados. Lázaro subió con el mayor desconsuelo, por no haber logrado tampoco aquella vez el objeto de su constante afán.
Además... ¡el calor ecuatorial! ¡la asfixia que se apoderaba de ella a ciertas horas de la noche, oprimiendo su pecho, haciendo zumbar sus oídos, desarrollando ante sus ojos cerrados una cinta de visiones inconfesables, interrumpidas al fin por el sueño!... ¡Ah, John! ¡Pobre grandote, cómo deseaba verlo!...
La luz también estaba proscripta del cuarto del enfermo, que era cuidado, en la oscuridad de los postigos cerrados y de las cortinas corridas, al trémulo resplandor de una lámpara. En estas condiciones la permanencia a su lado durante días enteros, constituía una verdadera fatiga, pues el señor Aubry, como nunca había estado enfermo, demostraba muy poca paciencia.
¿Y ese valor, y el pequeño? preguntó alzando la sábana y la manta y sacando del tibio rincón donde yacía, un bulto, un paquete, un pañuelo de lana, entre cuyos dobleces se columbraba una carita microscópica amoratada, unos ojuelos cerrados, unas faccioncillas peregrinamente serias, con la seriedad cómica de los recién nacidos.
Lo que me aconseja la Virgen siempre que le rezo con los ojos cerrados, es que te quiera mucho y me deje querer de ti... La tienes de tu parte, chiquillo... ¿De qué te espantas? Pues digo; yo le rezo a la Virgen y ella me protege, aunque yo sea mala. ¡Quién sabe lo que resultará de aquí, y si las cosas se volverán algún día lo que deben ser!
¡Ella duerme! ¡Oh! puede que su sueño sea tan profundo como durable!; ¡que el cielo la tenga en su santa guardia! ¡Que esta cámara sea transformada en una más melancólica y yo rogaré a Dios que la deje dormir para siempre, los ojos cerrados, mientras que a su alrededor errarán los fantasmas de oscuros velos!
Palabra del Dia
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