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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Por ella se puede llegar a cumbres altísimas; por ella se abren los caminos que hallan cerrados el trabajo y el talento. Debemos al misticismo esa forma administrativa de la paciencia que se llama el expediente; debemos al favoritismo esa forma gubernamental del soborno que se nombra la recomendación.
Pero pensó que acaso intentaba intimidarle, y respondió: Pienso hacer á usted juez de esos descubrimientos, si es que le interesan. Á no dudar. Hizo un saludo con la cabeza al joven y se dirigió al piano, acompañada por miss Harvey. Sorege fué á sentarse al lado de la chimenea y con los ojos cerrados pareció absorberse en una atención religiosa, pero no perdía de vista á la cantante.
En toda la estancia no estaba despierto nada más que un gran haz de luz que se filtraba derecho y blanco por entre los postigos cerrados, lleno de chispas vivientes y de valses microscópicos.
Emma tenía los ojos cerrados. Su esposo no se fiaba y le acercó un oído a la boca. Su respiración tenía el ritmo regular del sueño. Podía ser fingido. No se sabía si dormía o no. En cuanto a llamarla, hacía tiempo que había renunciado a semejante prueba.
Cuando Saturnino volvió en sí, la de Vegallana tenía los ojos cerrados y sólo los abría de tarde en tarde para mirar a la Regenta y a Mesía. ¡El idilio senil con que soñó un instante Bermúdez se había deshecho... y eso que él ya se había acordado de Ninon de Lenclós para justificar a los ojos del mundo unas relaciones con doña Rufina!
Ni uno solo de estos jinetes de perfil aguileño, andrajosos, fieros y corteses, dejaba de llevar con orgullo grandes espuelas. Antes morirían de hambre que abandonar su dignidad de hombres á caballo. Todos atendían á las pequeñas llamas que palpitaban sobre sus puños cerrados, cuidando de que no se apagasen.
Los tres se acercaron a la cama. El rostro blanco como un mármol parecía mirarlos con sus ojos vidriosos, medio cerrados, en los labios una sonrisa extática.
Pálido, los labios contraídos, los ojos cerrados, el desconocido permanecía inerte y la señorita Guichard tuvo miedo. ¡Oh! Oh! ¿Acaso será esto más serio de lo que había pensado? Será preciso llevarle á la alcaldía. ¡Oh, tía mía!, suplicó Herminia; ¿dónde puede estar mejor cuidado que en nuestra casa? ¡Es verdad!, contestó con convicción la señorita Guichard.
Dentro del coche silencio religioso; dijérase que era un recinto encantado. El viajero corrió el transparente azul, cubriendo la lámpara; recostose en una esquina cerrados los ojos, y, estirando las piernas, las apoyó en el asiento fronterizo. Así pasaron estaciones y estaciones.
Pues en el Retiro, mirando al estanque grande fijamente.... ¿Qué tienes, chica? Lucía, con los ojos cerrados, mortecina la color, se recostaba en el tronco del plátano que sombreaba el banco. Cuando abrió los párpados, la sombra de sus sienes era más marcada, y su mirar vago, como de persona que vuelve en sí de un síncope.
Palabra del Dia
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