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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Este catálogo nos ofrece doscientos diez y nueve títulos , aunque en el texto del prólogo se hable de doscientas treinta comedias. Suponiendo que Lope comenzó su carrera dramática en 1590, corresponden diez y siete comedias á cada año, sin exceptuar aquellos, durante los cuales estuvieron cerrados los teatros, y en que, probablemente, nada produjo su musa dramática.

Cuando el sacerdote se acercó al enfermo y le vió, á la luz de la lámpara, inmóvil, los ojos cerrados, la mano que había estrechado la suya, abierta y estendida al borde de la cama, creyó un momento que dormía: pero observando que no respiraba, tocóle suavemente y entonces se apercibió de que estaba muerto: comenzaba á enfriarse. Arrodillóse entonces y oró.

Abrió los casi cerrados ojos el herido caballero, y, conociendo a Claudia, le dijo: -Bien veo, hermosa y engañada señora, que has sido la que me has muerto: pena no merecida ni debida a mis deseos, con los cuales, ni con mis obras, jamás quise ni supe ofenderte. -Luego, ¿no es verdad -dijo Claudia- que ibas esta mañana a desposarte con Leonora, la hija del rico Balvastro?

Leyó el duque el cartel con los ojos medio cerrados, y luego, con los brazos abiertos, fue a abrazar a don Quijote, diciéndole ser el más buen caballero que en ningún siglo se hubiese visto.

Su tío le había impuesto la obligación de seguir una carrera, y mientras aquél vivió, se había resignado a llevar la vida de estudiante, ajustándose a los estrechos envíos de dinero y ampliándolos con préstamos feroces, por los que firmaba a ojos cerrados cuantos papeles querían presentarle los usureros.

Lo cierto es que el marqués de Peñalta, de aquel modo extendido con los ojos cerrados, no parecía despierto y ofrecía un semblante tan pálido, tan ojeroso, tan abatido, que inspiraba lástima. En el espacio de algunos minutos se pueden soñar muchas y diversas cosas. Todos han experimentado este fenómeno.

Todas las noches le esperó en el camino, entre el café y su alojamiento, deslizándose luego en éste, á pesar de que el gaucho se apresuraba á cerrar la puerta, dándose con ella en los talones. ¡Imposible librarse de su presencia y de la de aquel niño, cuya cara de muerto seguía espantándole á través de sus párpados cerrados!...

¿Para cuándo son las pulmonías y los cólicos cerrados? exclamaba, al leerlo, don Simón en su despacho, y sin pararse ya en barbaridad más o menos. ¿Reflexionaba así el Ministerio? Tal vez; pero no se le traslucía.

Con los ojos cerrados, él piensa: él se acuerda de todo. ¡Qué largo, qué largo el tío de mamá, como los palos del telégrafo! ¡Qué leontina tan grande y tan suelta, como la cuerda de saltar! ¡Qué pedrote tan feo, como un pedazo de vidrio, el pedrote de la corbata! ¡Y a mamá no la dejaba mover, y le ponía un cojín detrás de la espalda, y le puso una banqueta en los pies.

La nené no oyó el final del cuento.... La música de las palabras, que no le despertaban idea alguna, el haber vuelto a entrar en calor, la misma satisfacción de estar con su favorito, le trajeron insensiblemente el sueño anterior, y Perucho, al armar la algazara acostumbrada cuando terminan los cuentos de cocos, la vio con los ojos cerrados.... Acomodó lo mejor que pudo el lecho de espigas; llególe el mantón al rostro, como hacía Nucha, para que no se le enfriase el hociquito, y muy denodado y resuelto a hacer centinela, se arrimó a la puerta del hórreo, en una esquina, reclinándose en un montón de maíz. Pero fuese la inmovilidad, o el cansancio, o la reacción de tantas emociones consecutivas, también a él la cabeza le pesaba y se le entornaban los párpados. Se los frotó con los dedos, bostezó, luchó algunos minutos con el sueño invasor...

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