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Actualizado: 28 de julio de 2025
En más de una también, dejó cerrados en la secretaría a algunos concejales llevándose la llave. Después que los padres del municipio se hartaban de gritar y dar golpes a la puerta, venía un alguacil a abrirles; pero ya se había efectuado la votación. Gracias a estas y otras tretas, a las arbitrariedades sin cuento que cometía, vengábase el bilioso ex marino de sus enemigos, que era un primor.
Para no caer, quiso agarrarse á una cuerda, á un madero, á cualquier objeto fijo; pero su movimiento fué inútil: se sintió arrastrado, volteado, golpeado en una obscuridad mugidora y giratoria. Un frío mortal paralizó sus miembros. Sus ojos cerrados vieron un cielo rojo, un cielo de sangre con estrellas negras.
Ni siquiera advirtió la salida de Pomerantzev, y solo en su aposento, iba y venía con paso nervioso, se oprimía con desesperación la cabeza entre las manos, hablaba efusivamente y lloraba. Luego comenzó a amenazar con los puños cerrados a sus enemigos invisibles y a llorar aún más amargamente, con mayor desconsuelo.
Los teatros españoles permanecieron, pues, cerrados por completo desde el ano 1644 al de 1649. En este último año se comenzó ya á permitir las representaciones teatrales, primero en Madrid, siguiendo pronto su ejemplo las demás ciudades del reino; pero, por regla general, se toleró la reapertura de los teatros, bajo la condición de someterse á las restricciones anteriormente expuestas.
Aparecía el instinto atómico de la raza, incapaz de acometer nada en conjunto, privada del valor colectivo, y que únicamente se siente fuerte y emprendedora cuando cada individuo puede obrar por inspiración propia. La calle Larga se había oscurecido: los casinos estaban cerrados.
Esta mañana salí á caballo, costeando el rio agua arriba, y reconociendo el terreno de sus márgenes, y cuanto mas arriba es mejor tierra: caminé como seis leguas, y llegué bordo con una hora de noche. Este dia lloviò mucho, por lo que no pude salir de á bordo. De la misma suerte estuvo lloviendo con los horizontes cerrados. Asimismo se mantuvo lloviendo hasta el mediodia.
Clara con los ojos cerrados y una leve sonrisa divina esparcida por su rostro no se hartaba de oírle. Cuando llegaron a Madrid anochecía. Las calles rebosaban de gente: las luces de los faroles comenzaban a encenderse y despedían una claridad blanca azulada al chocar con la del crepúsculo. La gran ciudad abrasada por el calor del día se preparaba con gozo a refrescarse.
Esta vez me atreví a responder que no lloraría si fuésemos dos a rezar. ¡Ah! Esos son otros cantares... Se calló un rato con los ojos cerrados, y después, temiendo, sin duda, haberme afligido, me dijo con dulzura: Todos dependemos, hija mía, más o menos, del medio en que hemos sido educados y de las enseñanzas que hemos recibido.
En cuanto se les presentaba un marido, las jóvenes de ese tipo le aceptaban con los ojos cerrados. El mundo, las conveniencias, la familia y la razón querían ese matrimonio, y era imposible resistir a tales argumentos. Ahora se ha hecho una revolución.
Encontró al conde en su propio dormitorio, luego de pasar por los salones con los ojos cerrados para evitarse el dolor de una cólera inútil. Las puertas estaban forzadas, los suelos sin alfombras, los huecos sin cortinajes. Sólo los muebles rotos en los primeros momentos ocupaban sus antiguos lugares.
Palabra del Dia
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