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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y los puños cerrados. «¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay!

No ciertamente si será lo que aquí dicen ó lo que digan en otra parte. ¿Pero qué pierdo yo con creer á ojos cerrados? Por lo pronto, gano la tranquilidad de la casa, y bueno es, por si hay algo más allá, ir preparado á todo, sin miedo á engaños.

Su propia voz la entusiasmó, sintió escalofríos, y ya no pudo hablar: se doblaron sus rodillas, apoyó la frente en la tierra. Un espanto místico la dominó un momento. No osaba levantar los ojos. Temía estar rodeada de lo sobrenatural. Una luz más fuerte que la del sol atravesaba sus párpados cerrados.

Querer sin el auxilio de ganados, sin el beneficio de la agricultura, sin la prueba de los experimentos, arreglar y perfeccionar la calidad de terrenos, con conocimiento de su intemperie al uso de las labores, y efecto de sus producciones, es tirar al blanco con los ojos cerrados. Los climas desiertos varian por el concurso de gentes y ganados que componen una estable poblacion.

A un lado estaba la librería: un armario de roble con los cristales siempre cerrados, viéndose al través de ellos las imponentes filas de volúmenes, respetables por su tamaño y su brillantez.

Tenía los ojos cerrados y no los abría sino para fijar sus miradas en el cuartito que había ocupado María y que no estaba separado del suyo sino por el estrecho pasadizo que subía al desván.

Amaba a Rafael; la desesperación del muchacho aumentaba su apasionamiento; pero jamás volvería a hablarle. Se resignaba a que la tuviesen por cruel antes que engañar al hombre amado. ¿Qué decía Fermín a esto? ¿No debía ella repeler a su novio, aunque esto la destrozase el alma?... Fermín permanecía silencioso, la barba en el pecho y los ojos cerrados, con la inmovilidad de la muerte.

Gran confusión. Levantóse el padre, con los puños cerrados, se interpuso Pablo Aquiles, muy pálido, y Casilda, llorando; pero Gregoria, ya sin freno, se desbocó, vociferando que cansada de aquella vida, se marchaba lejos y no la volverían a ver más, nunca, nunca.

En efecto, parecía que la nariz de la Nela se había hecho más picuda, sus ojos más chicos, su boca más insignificante, su tez más pecosa, sus cabellos más ralos, su frente más angosta. Con los ojos cerrados, el aliento fatigoso, entreabiertos los cárdenos labios, la infeliz parecía hallarse en la postrera agonía, síntoma inevitable de la muerte.

Al mismo tiempo, unas manos delicadas y fragantes le tenían cerrados los ojos, mientras un hálito dulce le refrescaba la frente. El gabinete de la torre se henchía de vagos y tenues sonidos que su imaginación transformaba en conciertos misteriosos. Estaba tan fuera de que no sabía si se hallaba en realidad despierta, por más que conservase todas sus potencias.

Palabra del Dia

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