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Actualizado: 17 de julio de 2025
Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ¡Y qué bien se siente el alma después de una fiesta así! añadió con delectación.
Las voces frenéticas de los monjes, en los coros obscuros, ahogaban en la memoria hasta el último eco del canto de los almuédanos. La cera y el aceite ardían de continuo. Los antiguos alminares lloraban con campanas católicas su remordimiento. Un ensueño de otra vida, un ansia de salvación eterna brillaba en la pupila febriciente de los hidalgos, vestidos casi todos de negro.
Colgaban del techo pintado el fresco de unas caprichosas guirnaldas de hojas y flores como las de la enredadera, unos cestos de alambre cubiertos de cera roja, que les hacía parecer de coral, todos llenos de florecillas naturales, brillantes y pequeñas, y a menudo adornados con las hebras de una parásita que crecía sobre los árboles viejos de la finca, y era, por su verde blancuzco y por crecer en hilos, como las canas de aquella arboleda.
Cuando entré en la habitación en ese momento, y vi sobre el brazo del sofá su rostro, pálido como la cera, con los ojos cerrados, quedé como si me hubiera herido un rayo. Creí ver en realidad su cadáver ante mis ojos. Caí de rodillas delante del canapé y le cubrí de besos la boca y la frente.
Soledad, al escucharlas, se puso más pálida que la cera, y sin responder ninguna, sin hacer siquiera un gesto, se dirigió precipitadamente á la puerta y salió. Crisis. Salió y emprendió una rápida carrera al través de las calles, sin saber dónde iba. El corazón le palpitaba con violencia, ardía su frente y sentía un extraño frío interno que la violencia del paso no alcanzaba á mitigar.
Y si tienes en algo lo que lleva ya estampado en sus tablitas de cera, ¡quién te asegura a ti que no será borrado por la impresión de otra cosa, y que esta nueva impresión no resultará llaga maligna y enfermedad incurable?
Yo no tengo la culpa de lo que os pasa. ¿Pues quién trajo aquí á ese hombre? ¿Y tengo yo la culpa de que os hayáis derretido como cera? Allá os las compongáis. ¿Os acordáis de lo que me dijísteis ayer en aquella taberna?
¡Virgen mía! no, hija... vivir para servir a Dios... cumpliendo su voluntad.... Hasta luego, ¿eh? Cuando Lucía bajó al jardín, pareció éste a sus ojos fatigados de llorar, menos enteco y árido que de costumbre. Las yucas alzaban su cabeza majestuosa, perpetuamente coronada; las hiedras exhalaban leve aroma campesino, siempre más grato que el tufo de la cera.
Si no fuera por la obligación de pagar el tributo, no tendrían ninguna industria estos pueblos, mas aquella les hace ir al monte á coger cera, que venden á 25 pesos quintal, en Gumaca y Atimonan. El pueblo de Catanauan tiene magníficas condiciones para ser rico, y sin embargo es de los más miserables.
De todos modos puedes estar segura de que mi remordimiento está endulzado por el recuerdo dulcísimo de los años que te he amado. Adiós. Escríbeme alguna palabra amable.» La capitulación. Josefina se demacraba. Sus mejillas tenían la palidez de la cera.
Palabra del Dia
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