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Actualizado: 17 de julio de 2025


Miró con recelo hacia la puerta, y viéndola cerrada y asegurada, se le serenaron algo los ojos, como si juzgase alejado el peligro. En seguida oyó otra vez sonar la tosecilla y sonrió orgullosa diciéndose: «¡Hasta el fin del mundo es capaz de ir por De repente se puso pálida como la cera; quiso suspirar, no pudo, y se le vino al rostro una oleada de sangre. La cosa no era para menos.

Traía de la mano una niña, vestida a la moda, pero con sencillez y sin pizca de afectación de elegancia. Avanzó hacia Fortunata; interrogándola con aquella sonrisa angelical que vista una vez no se podía olvidar. Sentía la de Rubín una gran turbación, mezcla increíble de cortedad de genio y de temor ante la superioridad, y se puso muy colorada, después como la cera.

Se presentaba andrajoso y cabizbajo, y la veía en un sillón, cada vez más pálida y flaca, con una transparencia de cera y los ojos extrañamente agrandados. Sabía un poco de todo, y no se le ocultaba la gravedad de su mal.

Ponía la cera en los agujeros, dejaba la silla en su sitio, y descendía triunfante diciendo por la escalera: ¡Con que ya ve usted! ¡Sólo que al pobre Marqués, por supuesto, no hay que decirle una palabra! Mucho sintió Paco Vegallana en el primer momento, encontrar en su casa a Obdulia aquella tarde. No estaba él para bromas.

Salían en la procesión doce mozos del coro con sendas hachas de cera que pesaban una arroba cada una, con ángeles pintados ó con flores naturales, otros llevaban pértigas de plata ó incensarios.

En efecto, el criado entraba en este momento; sólo tuvo que recoger los restos carbonizados tirados por el suelo. Y si nadie me hubiera socorrido continuó María Teresa sonriendo, habría sido víctima de este accidente. No se lo reprocho; pero usted ha querido encender estas bujías de cera que quieren ser de la época, y ha colocado mal la pantalla que usted ha hecho arder.

Su rostro estaba bronceado, mejor dicho, dorado por el sol, desde la mitad de la frente hasta el cuello, conservando en la huella del sombrero y en la garganta una blancura como la de la más pura y delicada cera. Esmeradamente limpia de pelo la cara, su barba era como la de una mujer, y sus facciones realzadas por la luz del Mediodía dábanle el aspecto de una hermosa estatua de cincelado oro.

OTRA FÓRMULA. Se hacen fundir al baño maría cuarenta gramos de cera amarilla para diez céntimos de negro de marfil con una cucharada grande de aceite de lino. Cuando todo esté fundido se le incorpora, lejos del fuego, veinte gramos de esencia de trementina.

-Así es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, ¿qué haremos para escribir la carta? -Y la libranza pollinesca también -añadió Sancho. -Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel.

Mientras hablaba el hermano, el doctor, mirando el monigote de cera, tendido en la colchoneta, pensaba en el hombre sombrío, en el vasco de carácter complicado, que llenó el mundo con su nombre, siendo cada período de su vida una contradicción violenta. Primero, el soldado presuntuoso y elegante, martirizando y amputando su cuerpo por parecer bello, y perder la rudeza propia de su país.

Palabra del Dia

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