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Actualizado: 4 de junio de 2025


Cuando hayamos orado sobre la tumba de Marta, la resistencia de mi madre o la malevolencia del mundo entero, no tendrán ya por qué inquietarnos. »Ella dejó caer las manos que cubrían su rostro, y, mirándome con ojos dilatados por el espanto, me dijo con voz apenas perceptible: »¿Al cementerio... conmigo? », contigo repliqué, y en seguida, si lo quieres.

El doctor le contestó con una sonrisa que daba frío. Su tumba era la fosa común, adonde iban todos los muertos pobres. La infeliz muchacha no tenía parientes ni quien pagase los gastos de su entierro. Isidro no se había presentado para arreglar las cosas, y era seguro que su cuerpo, antes de ir al cementerio, habría pasado por la sala de disección. ¡Sufrían tal escasez de cadáveres!...

No le negó la delicia de anegarse en su mirada, y no trató de ocultar el efecto que en ella producía la de don Álvaro. Hablaron del caballo, del cementerio, de la tristeza del día, de la necedad de aburrirse todos de común acuerdo, de lo inhabitable que era Vetusta. Ana estaba locuaz, hasta se atrevió a decir lisonjas, que si directamente iban con el caballo también comprendían al jinete.

No puedo decirte más que una cosa: Marta es una criatura delicada, tierna e impresionable; jamás podría resistir al torrente de penas y de tormentos que caería sobre ella: se doblaría como una frágil caña al primer soplo de la tormenta. ¿De qué me serviría tener que llevarla al cementerio pocos años después de nuestro matrimonio?

Terminada la ceremonia, el pueblo se retira, y los hermanos del califa, los wazires y los otros dignatarios permanecen en el palacio, para conducir á Córdoba el cadáver de An-nasír y darle sepultura en el cementerio de los califas .

Yo desde hoy, ya no pertenezco a la tierra, sino a mi hija solamente; desde mañana nadie volverá a verme ni yo tampoco veré a nadie en París. Aquí viviré solo y retirado y en esa casa que ahí tengo y cuyas ventanas, como ustedes ven, dan a este cementerio, aguardaré resignado hasta que Dios señale la fecha que en la losa dejé en blanco.

Tía Pepa salió a mi encuentro, reclinó en mi hombro la encanecida cabeza, y sin decir una palabra me abrazó fuertemente. Cuando regresamos del cementerio me retiré a mi cuarto. Allá me siguió Andrés. Sentado cerca de mi pretendía distraerme con no qué historias de mi infancia. Yo le oía sin contestar. De pronto entró mi tía. Rorró: ¿te dieron una carta de Angelina? No. ¿Cómo no?

Adriana, para avivar la sugestión de este recuerdo, solía leer aquel poema francés en que un amante muerto sale melancólicamente de la tumba, llama a la habitación de su amada y murmurándole palabras de lúgubre ternura, la lleva consigo al cementerio.

Todo eso lo atribuía yo a la emoción violenta del momento y a los pesares de los últimos años; debían presentarse en su alma con una intensidad tanto más grande, cuanto que sentía apuntar para ella una nueva felicidad que iba a borrarlos para siempre. »Y nuestra primera visita, Olga le digo, será al cementerio.

¡La noche bate sus negras alas en el cementerio de los vivos...! Abstraído en mis profundas reflexiones, no he notado que la luz artificial ha sustituído á la luz del día. ¡Suena la oración! Recemos por los que fueron... Las anteriores líneas, ¿cuándo han sido escritas?

Palabra del Dia

vorsado

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