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Actualizado: 4 de junio de 2025
En esas tertulias se derrocha ingenio, agudeza, y hasta su poquita maledicencia, á pesar de tener á la altura de las narices, y muchas veces dentro de ellas, el vecino cementerio que parece debía ser con su presencia valladar á ciertos y arriesgados discreteos.
Inspector Pue, ocurrido hacía unos ochenta años; y que también en un periódico de nuestros días había visto el relato de la extracción de sus restos mientras se restauraba la Iglesia de San Pedro, en cuyo pequeño cementerio estaban enterrados. Por más señas que sólo hallaron un esqueleto incompleto y una enorme peluca bien conservada.
A la derecha un costado de la iglesia, con ventanales, por donde se trasluce la claridad interior. A la izquierda, portalón por donde se pasa a otro patio, que se supone comunica con la calle. Al fondo, entre la iglesia y las construcciones de la izquierda, un gran arco rebajado, tras el cual se ve en último término el cementerio de la Congregación. Noche obscura.
Allá en el cementerio había, sobre cada tumba, clavada una bandera. ¿Qué caballerín, de los elegantes de la ciudad, no estaba aquella mañana, con un ramo de flores en el ojal, saludando a las damas y niñas desde su caballo?
El buho de cementerio cayó accidentado, realizándose casi al pie de la letra aquello que canta la copla: el vivo se cayó muerto y el muerto partió a correr.
Después, a la caída del sol, entraba en la capillita donde yacían los difuntos de su familia, guardaba los azadones, los rastrillos, las grandes regaderas, todo esto tranquilamente, con la serenidad de un jardinero de cementerio.
Se oía el ruido de los platos en el comedor, donde hablaban, iban y venían; pero allí, en su gabinete, todo estaba en silencio como en un cementerio. Si un pintor hubiera visto aquel aposento obscuro y triste, con el montón de libros y de cuadernos por el suelo, con aquel hombre inclinado sobre la mesa, dolorosamente cabizbajo, hubiese pintado un cuadro titulado «A punto de suicidarse».
Por las actas referentes á este inocente mártir sabemos que las basílicas de S. Ginés y S. Cipriano subsistian en su tiempo, puesto que en el cementerio de la una fué sepultado su cuerpo, y en el de la otra su cabeza.
Era un cementerio muy hermoso, en el cual no había más seres vivos que los pájaros negros que lo cubrían con sus alas. Sólo en las últimas capas sociales existía algo de alegría, allí donde llegaban amortiguadas ó no llegaban las influencias de la religión.
Salían del templo algunos hermanos de la Vela Perpétua; los vicarios departían en el cuadrante con los campaneros, y en la esquina opuesta una vendedora de frutas secas dormitaba en espera de marchantes, a la luz de un farolillo de papel. En un ángulo del cementerio una «garnachera» condimentaba sus fritadas.
Palabra del Dia
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