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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Además, no es gran cosa lo que le pido a usted: un ataúd largo costará unos tres rublos más que un ataúd corto. Ya he sacado la cuenta. Pero es preciso que alguien se cuide de eso. ¿Usted me lo promete? ¡Sí, señora! Cuente usted conmigo. Haré una colecta entre los enfermos y se le construirá a usted un mausoleo en el cementerio. Muy bien. Un mausoleo; me parece muy bien.
Caían los besos sobre ella como una lluvia sonora, con chasquidos de pasión, que agrandaba el eco del cementerio. Feli revolvíase entre sus brazos, intentando en vano librarse de ellos. Al moverse, los colores cambiaban de sitio, pasando de una parte a otra de su cuerpo adorable. Todos los resplandores de la luz desfilaban por su boca.
Los dos jóvenes se alejaron de este rincón, volviendo a la avenida central. Remataba ésta en un edificio abierto, especie de ábside, que ocupaba el fondo del cementerio, con muros en semicírculo y media cúpula. En las paredes habíanse abierto grandes hornacinas con ricas urnas funerarias. Los segmentos de la bóveda ostentaban varias pinturas representando la resurrección de Jesús.
Bajo otros puntos de vista se puede comparar a la trapera con la muerte: en ella vienen a nivelarse todas las jerarquías: en su cesto vienen a ser iguales como en el sepulcro Cervantes y Avellaneda; allí, como en un cementerio, vienen a colocarse al lado los unos de los otros: los decretos de los reyes, los quejidos del desgraciado, los engaños del amor, los caprichos de la moda; allí se reúnen por única vez las poesías, releídas, de Quintana, y las ilegibles de A *; allí se codean Calderón y C *; allí van juntos Moratín y B *. La trapera, como la muerte, equo pulsat pede páuperum tabernas regumque turres.
Ballester se le llevó no sin trabajo, porque aún quería permanecer allí más tiempo y llorar sin tregua. Cuando salían del cementerio, entraba un entierro con bastante acompañamiento. Era el de D. Evaristo Feijoo. Pero los dos farmacéuticos no fijaron su atención en él. En el coche, Maximiliano, con voz sosegada y dolorida, expresó a su amigo estas ideas: «La quise con toda mi alma.
Aquello fué tan popular como la procesión de ánimas de San Agustín, el encapuchado de San Francisco, la monja sin cabeza, el coche de Zavala, el alma de Gasparito, la mano peluda de no sé qué calle, el perro negro de la plazuela de San Pedro, la viudita del cementerio de la Concepción, los duendes de Santa Catalina y demás paparruchas que nos contaban las abuelas, haciéndonos tiritar de miedo y rebujarnos en la cama.
Era el escritorio; el paraje más temible y peligroso de la comarca. Decía Paco Ruiz á sus amigotes del café que prefería ir á medianoche al cementerio á llegarse á las doce del día al escritorio de D. Marcelino.
Un día, con la frente reclinada en la mano, y el codo en el antepecho de la ventana que daba á un cementerio cerca de la casa, hablaba con el médico, mientras éste examinaba un manojo de plantas de fea catadura.
En los puntos mas á propósito y sano ó ventilado, se destinará una cuadra para hospital, otra la mas apartada para cementerio ó enterratorio general.
Un camino en cuesta baja de la Ciudadela pasa por encima del cementerio y atraviesa el portal de Francia. Este camino, en la parte alta, tiene a los lados varias cruces de piedra, que terminan en una ermita y por la parte baja, después de entrar en la ciudad, se convierte en calle.
Palabra del Dia
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