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Actualizado: 16 de junio de 2025


Aquellos trozos de papel, ilegibles y estrujados con rabia, tenían una fuerza incontrastable: decían que Pepe vivía y se acordaba de ella. Tal era el estado de su ánimo cuando cesó de tener cartas.

Bajo otros puntos de vista se puede comparar a la trapera con la muerte: en ella vienen a nivelarse todas las jerarquías: en su cesto vienen a ser iguales como en el sepulcro Cervantes y Avellaneda; allí, como en un cementerio, vienen a colocarse al lado los unos de los otros: los decretos de los reyes, los quejidos del desgraciado, los engaños del amor, los caprichos de la moda; allí se reúnen por única vez las poesías, releídas, de Quintana, y las ilegibles de A *; allí se codean Calderón y C *; allí van juntos Moratín y B *. La trapera, como la muerte, equo pulsat pede páuperum tabernas regumque turres.

Son, en cambio, innumerables, y se convencerá de ello el que pueda, los beneficios, hazañas, hechos gloriosos o útiles que los Tumbagas de Almendrilla han realizado en pro de la patria española, dando pruebas de valor, tacto, arrojo y otras mil cosas escritas en caracteres ilegibles, almacenadas para solaz de ratones y pesadumbre de tablas de biblioteca.

Las coronas con que había adornado la piedad patriótica algunos de estos sepulcros se ennegrecían y deshojaban. En unas cruces los nombres de los muertos eran todavía claros; en otras empezaban á borrarse y dentro de poco serían ilegibles. «¡La muerte heroica!... ¡La gloria!», pensaba Chichí con tristeza.

Así pensaba la tía Silda, y según sus ideas, más o menos animosas, apresuraba o acortaba el paso; en la esquina de Piedras se paró, porque al mirarse en el espejo de un escaparate, se vió de cuerpo entero, la estampa viva de esas pobres vergonzantes, viudas de pega, generalmente, que andan hocicando en las casas ricas, de mantón y velo color de ratón, con lágrimas perennes, como cristalizadas, en los ojos, y en la mano, cubierta a medias por mitones agujereados, el certificado, amarillo y grasiento, de la parroquia, lleno de borrones y de firmas ilegibles.

Estaba el del pueblo profundamente maravillado de la sabiduría y elocuencia de don Saturnino. Dentro de una cripta cavada en uno de los muros, había un sepulcro de piedra de gran tamaño cubierto de relieves e inscripciones ilegibles. Entre el sepulcro y el muro había estrecho pasadizo, de un pie de ancho y del otro lado, a la misma distancia, una verja de hierro.

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