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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Cómo me espanta ese matrimonio en que ninguno de los dos se conoce murmuré estremeciéndome... No hablemos de matrimonios exclamó el cura. Estamos en el celibato, hablemos de él... No tenemos más que transportar a las solteronas las cualidades de bondad que admiramos en la mujer casada, para darnos cuenta si está o no en su vocación.
El tratado de las Leyes de Cicerón, que reproduce en forma filosófica las antiguas leyes de Roma, contiene también una sobre el celibato. En adelante repuso la abuela con buen humor, tendré en gran estima a Dionisio de Halicarnaso y a Cicerón. Ignoraba que esos señores fuesen tan amigos míos...
No hay que arrepentirse de haber seguido el impulso del corazón. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y por algo nos puso el sentimiento de la familia. Lo demás, castidad, celibato y otras zarandajas, lo inventaron ustedes para distinguirse del común de las gentes. Sea usted hombre, don Sebastián, que cuanto más lo sea, resultará más bueno y mejor lo acogerá el Señor en su gloria.
No, no tanto como usted supone respondió el cura un tanto malicioso. Lo que estoy exponiendo en este momento son las ideas nuevas. Ahora bien, estando casi admitida la vocación al celibato, se puede decir de un modo general que toda solterona agria, malévola y malhumorada es una solterona involuntaria.
Hay algo que el celibato no perjudicará ni disminuirá, y es vuestra propia personalidad, o, más sencillamente, las probabilidades de gozar honradamente de la vida que os ofrecen vuestro corazón, vuestra inteligencia y hasta vuestras facultades físicas, desarrolladas con cuidado. El celibato no es, en suma, más que una desgracia negativa, la falta de una añadidura.
Hace eso por mí... Qué buena es... La de Ribert nos explicó en pocas palabras cómo había conocido al señor Baltet, y habló de sus investigaciones sobre el celibato... La abuela sonrió... El señor Baltet tomó parte en la conversación... Genoveva habló también... Solamente a mí no se me ocurrió nada que decir... Era tan feliz con mi absurda angustia... No sé cuánto tiempo duró la visita, pero cuando la abuela se levantó, di un suspiro de pena... La abuela lo notó probablemente, pues invitó al señor Baltet a ir a casa al día siguiente, con aquellas señoras, para ver unas antigüedades que podía enseñarles.
Después de lo que acabo de decirte, confiesa que es una ironía muy cruel y muy inmerecida. Pero, Dios mío, mi querida prima, dijo Roussel con algún embarazo; me haces más culpable de lo que lo he sido. Si hasta ese punto te horrorizaba el celibato, con tu fortuna, hubieras podido sustituírme con ventaja. Por falta de hombre el matrimonio no fracasa. Ninguno me agradaba sino tú.
En los siguientes días notaba el pobre Maxi que su descaecimiento aumentaba de una manera alarmante como si le sangraran, y asustadísimo fue a consultar con Augusto Miquis, el cual le dijo que hubiera sido mejor consultara antes de casarse, pues en tal caso le habría ordenado terminantemente el celibato.
¿Qué le voy a hacer? suspiró Francisca en tono burlón. Es el efecto en mí del celibato... Hay jóvenes que se vuelven de azúcar, como Genoveva; hay otras que se ponen más agrias que un limón, como yo... No comprendo por qué tienen ustedes todas, trazas de encontrar magnífico ese sentimiento de pureza virginal de que hablan.
Eso es muy fuerte protestó la abuela indignada. ¿Hay, pues, ahora una vocación del celibato?... Puede ser dijo el cura sonriendo. ¿Qué es la vocación sino la atracción que sentimos por una vida especial?... ¿Podemos negar que ciertas almas tienen una simpatía particular por el celibato? Pero eso es abominable exclamó la abuela con espanto.
Palabra del Dia
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