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La educación superficial y brillante de que sufren las jóvenes sin fortuna, y pertenecientes a cierta sociedad, es ciertamente una causa de celibato forzoso para ellas. »Si con 800 pesos no puedo yo nivelar un presupuesto, qué dirán los que están reducidos a vivir con 400 ó 600 pesos...

Ya supieron lo que se hacían destinándote a ser casada y a ocupar alto puesto en la corte, que si por arte del demonio hubiérante consagrado al claustro o a un decoroso celibato... ¡pobre criatura!, tiemblo de pensarlo. La ansiedad y zozobra que yo experimentaba no me permitieron reflexionar sobre las peregrinas ideas de doña María.

Sin embargo añadió la Fontane reprimiendo una fuerte gana de reír, estamos aquí cuatro representantes del celibato, sin contar la quinta dijo echando una mirada a Genoveva, y no veo lo que tenemos de reprensible. Eso depende de los motivos que han ocasionado en cada una el celibato. Los hay que yo admito y otros que no terminó la abuela, ya descontenta al ver que iba yo a caer en mi tema favorito.

Al contar mis últimas impresiones sobre mi asunto favorito, hablé del deseo de saber lo que piensan los hombres que no se casan. ¿Para qué? preguntó la de Ribert un poco asombrada. Para comprender sus motivos de celibato. Puesto que hay solteronas recalcitrantes que lo son a pesar suyo, tendría curiosidad de saber los motivos que alegan esos caballeros para despreciarlas de ese modo.

Oigo a Celestina murmurar algo sobre San José, y comprendo. Aquella mujer, ferviente del celibato, está ya al corriente de la historia de la oración de la abuela y protesta a su modo. ¡Dichoso país, donde las noticias se propagan con tal facilidad! Verdaderamente, nos sobra el teléfono. Esta tarde, en las vísperas, había poca gente, a pesar del atractivo de un predicador forastero.

Lo que es menos claro es lo que pasa con las solteronas llegadas. ¿Llegadas a qué? preguntó el cura abriendo los ojos interrogadores detrás de las gafas. Llegadas al pleno esplendor del celibato, a la completa y profunda posesión de su yo personal. ¡Vaya! si empiezan ustedes con eso del «yo personal» protestó la abuela, van a decir, ciertamente, muchas tonterías... Estamos perdidos.

Había heredado una regular fortunilla, desempeñó algunos destinos buenos, y no tuvo atenciones ni cargas de familia, pues se petrificó en el celibato, primero por adoración de mismo, después por haber perdido el tiempo buscando con demasiado escrúpulo y criterio muy rígido un matrimonio de conveniencia, que no encontró, ni encontrar podía, con las gollerías y perendengues que deseaba.

Hubiera deseado encontrar otra Isabel de Francia para tener derecho a sentar un sólido juicio sobre una base no menos seria; pero con gran sentimiento mío, la vocación del celibato no parece haber sido voluntaria en los siglos pasados. Casarse es decididamente una cosa de un orden esencialmente natural y parece que la solterona por gusto es una creación exclusivamente moderna. ¿De dónde viene?

¡Oh! abuela protesté con vehemencia, no se puede decir que una vida está truncada cuando se tiene la dicha de vivir sin un marido, sin un dueño, y libre de tantas vicisitudes... Admitamos que exagero en cuanto a algunas; pero me concederás que muchas solteronas participan de mi opinión. No todas tienen tus ideas y las hay que se resignan difícilmente al celibato.

Pero por el presente no había esperanzas de que Arturo Dimmesdale se decidiera á hacerlo; había respondido con una negativa á todas las indicaciones de esta naturaleza, como si el celibato sacerdotal fuera uno de sus artículos de fe.