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Actualizado: 14 de noviembre de 2025
A mediodía, cuando Materne y sus hijos se disponían a partir, oyose un grito más fuerte, más prolongado que los demás: «¡Los cosacos!, ¡los cosacos!» Todo el mundo salió fuera, a excepción de los cazadores, que se limitaron a abrir una ventana para ver lo que pasaba; la gente huía a campo traviesa; hombres, rebaños, carros, todo se dispersaba como las hojas ante el viento del otoño.
Los médicos estaban de acuerdo en que la única medicina para curar a la Princesa, era traerle vivo el pájaro verde. Mas ¿dónde hallarle? Inútil fue que le buscasen los más hábiles cazadores. Inútil que se ofreciesen sumas enormes a quien le trajera.
Los curiosos, enardecidos por el tiroteo, seguían con mirada ansiosa al pájaro que lograba escapar; interesábanse en las terribles disputas de los cazadores, reclamando todos la misma pieza; no se fijaban en la lluvia de perdigones fríos que caían en torno de ellos; y si «por casualidad» se perdía un ojo o se sentía escozor en el cuerpo... ¿qué iban a hacer? esto entraba en la diversión.
En la mano izquierda traía un azor, señal que dio a entender a don Quijote ser aquélla alguna gran señora, que debía serlo de todos aquellos cazadores, como era la verdad; y así, dijo a Sancho: -Corre, hijo Sancho, y di a aquella señora del palafrén y del azor que yo, el Caballero de los Leones, besa las manos a su gran fermosura, y que si su grandeza me da licencia, se las iré a besar, y a servirla en cuanto mis fuerzas pudieren y su alteza me mandare.
Con mucha frecuencia daba a su marido el espectáculo de sus apartes misteriosos con el señor de Sontis; elegía indiscretamente el momento en que su marido atravesaba el patio, para arrojar por la ventana alguna flor de su corpino al oficial de cazadores; quedábase atrás con él, en los paseos a caballo, perdíase en el bosque, y no volvía hasta el caer de la noche en momento en que el barón empezaba a impacientarse, cuando no a inquietarse.
Confieso que me hubiera agradado estar en el fondo de uno de esos agujeros; mas mi acompañante prefería estar al descubierto, tener anchuras, ver a lo lejos y sentir ante sí el campo libre. Hicimos bien, porque los cazadores se internaban en la selva. ¡Oh!
Si viviera usted allí, mientras el niño echaba un sueñecito podía disparar media docena de tiros y traerse en el morral otras tantas perdices. El marquesito seguía fantaseando, pero esto le hacía gozar. Clara también hallaba deleite en aquellas exageraciones convenidas ya entre cazadores.
Y después venían las horas de inquietud por la ausencia de su marido, unas tardes interminables, de angustia, esperando al hombre que nunca regresaba, saliendo á la puerta de la barraca para explorar el camino, estremeciéndose cada vez que sonaba á lo lejos algún disparo de los cazadores de golondrinas, creyéndolo el principio de una tragedia, el tiro que destrozaba la cabeza del jefe de la familia ó que le abría las puertas del presidio.
Verán ustedes la lucha del oso de los Pirineos con los perros que saltan sobre él y acaban por sujetarle. Este es el león del desierto cuyos rugidos espantan al más bravo de los cazadores. Sólo su voz pone espanto en el corazón más valiente... ¡Oid!
Sea lo que sea, ahí se hallaban ella y él, entregados uno al otro; habíanse sentado sobre un viejo banco rústico rodeado de árboles, frente a la estatua derrumbada. En vísperas de alejarse, el oficial de cazadores era más exigente, y ella más débil.
Palabra del Dia
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