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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Vió cómo salían del montón humano piernas contorsionadas por los estremecimientos de la agonía... Unos soldados avanzaron con el mismo gesto de los cazadores que van á cobrar sus piezas. De la palpitación de los miembros revueltos se elevaron unas melenas blancas y una mano débil que se esforzaba por repetir su signo.
Los pescadores se reunían para establecerse a orillas de los ríos o construir ciudades lacustres; los cazadores se iban a los bosques. Las nacionalidades modernas no son más que una consecuencia directa de aquel sindicalismo primitivo. Y por esto yo creo que no es muy difícil imaginarse el resultado del sindicalismo actual.
Y Pablo no acepta jamás la gratificación que es costumbre dar a los otros cazadores de fieras dañinas, sino que después de haber traído muertos al tigre, al lobo o al leopardo, o de haber avisado a los pastores en qué lugar queda tendido, se retira sin hablar más.
De vez en cuando llamaba a gritos a sus compañeros, sin obtener respuesta. Como el sol iba declinando y temía no poderse guiar al regreso, se vió, a pesar suyo, obligado a volver al campamento, con la esperanza de hallar en él a los cazadores que podían haber vuelto por otro camino. Su desesperación llegó al colmo, cuando sólo vió a Hans y al chino. Se han extraviado dijo . ¿Qué será de ellos?
»Al oír estas palabras, aquellos señores se olvidaron de mí, pues el apetito que tenían, como buenos cazadores, no les permitía pensar más que en comer; en verdad no tenían otra cosa que hacer. »A los primeros instantes de silencio, sucedió una conversación animada y ruidosa como en el final de una asamblea.
El verlas plegadas y frías hace temblar... Un gran corzo, magnífico y tranquilo, parecía dormir, con su lengüecita sonrosada fuera de la boca, cual si aun fuese a lamer. Y también estaban allí los cazadores, inclinados sobre aquella carnicería, contando y tirando hacia sus morrales de las patas ensangrentadas y de las alas rotas, con menosprecio de todas esas heridas recientes.
Hombre, don Eugenio.... ¡No fastidiar! gritaron unánimemente los cazadores . ¿Había de atreverse Castrelo?... ¿Cómo no le deshicieron el morro de una bofetada allí mismo? Don Eugenio, no consiguiendo que le oyesen, hacía con la mano señas de que faltaba lo mejor del cuento. ¡Paciencia! exclamó por fin . Tengan paciencia, que no se acabó.
Ana oyó los gritos y se apresuró a perdonar aquella debilidad inocente de su esposo. «Todos los cazadores son así», pensó con la benevolencia de la fiebre incipiente. Volvió don Víctor y la sonrisa dulce, cristiana de su esposa, le restituyó la calma, ya que la perdiz no podía. Hasta la una y media no concilió el sueño su mujer, y entonces y sólo entonces, pudo don Víctor disponerse a dormir.
Después de almorzar en Roca Tajada, en la taberna de Matiella, estanquero y albañil, grande amigo de Frígilis, los dos amigos cazadores dejaron el camino real, y por prados fangosos de hierba alta, de un verde obscuro, llegaron otra vez a las orillas del Abroño, allí más ancho, rodeado de juncos y arena, rizado por las ondas verdes que le mandaba el mar ya vecino.
La gente paseaba por las calles de Grand-Fontaine; un corro de muchachas se hallaba parado delante del lavadero; algunos viejos, cubiertas las cabezas con gorros de algodón, fumaban una pipa junto a la puerta de sus casuchas. Aquel enjambre humano, en el fondo de la llanura azulada, iba, venía y se agitaba sin que un aliento o un suspiro llegase al oído de los cazadores.
Palabra del Dia
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