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Jacinta decía que en su vida había hecho una comida que más le supiese. «Este que está de buen año... ¡pobre ángel! El infeliz estaría ayer con sus compañeros posado en el alambre tan contento, tan guapote, viendo pasar el tren y diciendo «allá van esos brutos»... hasta que vino el más bruto de todos, un cazador y... ¡prum!... Todo para que nosotros nos regaláramos hoy.

En efecto; una columna se puso inmediatamente en marcha en tal dirección, mientras que otra se dirigía a los parapetos para despistar a los sitiados sobre el movimiento de la primera. Materne gritó Juan Claudio . ¿No habría medio de darle un tiro a ese loco? El anciano cazador movió la cabeza y dijo: No; es imposible; está fuera de alcance.

El primer acto de «Chantecler» se desarrolla en un corral: el segundo en una eminencia desde donde se columbra un valle: amanece; el tercero, en una huerta: el cuarto, en una selva; es de noche. Argumento: Una faisana, ligeramente herida por un cazador, cae en el corral donde impera «Chantecler», hermoso y sultán.

Pen-Ouët es idiota; ¿no sabes que los malos espíritus no entran nunca bajo el techo que cubre a un loco? Jan y su fuego que dan vueltas con tanta rapidez como la devanadera de una vieja, Jan y su fuego huirían a la voz de Pen-Ouët como una alondra ante el cazador. ¿Qué temes, pues?

Francolines de vistosas plumas corrían en bandadas. Tomás Cardoso, que era gran cazador, no pudo resistir a su deseo de matar el que le pareció más grueso y más cercano. Disparó una flecha, y el pájaro cayó herido a poca distancia.

Lo verdaderamente triste es que el pueblo no le considera ya como un cazador feroz envejecido en la lucha con los osos de las montañas. Aquella leyenda se ha ido disipando poco a poco. Sus compatriotas tenían razón. Manín no era más que un zampatortas. En Lancia se ríen también de sus proezas y le miran como un viejo bufón del loco y heráldico señor de Quiñones.

Mas arriba solo existen las sendas imperceptibles, los surcos variables de los torrentes y de los derrumbes del invierno, que sigue el cazador en sus audaces excursiones.

El instinto de conservación despertó con ímpetu. «Había que defenderse. Si el otro volvía a disparar iba a matarle; ¡era don Víctor, el gran cazador!». Mesía avanzó cinco pasos y apuntó. En aquel instante se sintió tan bravo como cualquiera. ¡Era la corazonada!

Profundas arrugas surcaban las mejillas del caballero, que parecía no tener nada de amable. ¡Este es mi hombre! se dijo el cazador, mientras apoyaba en el hombro la carabina muy despacio. Luego apuntó, hizo fuego, y cuando miró, el anciano oficial había desaparecido.

En aquella estancia dormían años atrás, en la cama dorada de Anita, él y ella, amantes esposos. Pero... habían coincidido en una idea. A ella la molestaba él con sus madrugones de cazador; a él le molestaba ella porque le hacía sacrificarse y madrugar menos de lo que debía, por no despertarla. Además, los pájaros estaban en una especie de destierro, muy lejos del amo.