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Actualizado: 24 de julio de 2025


Se acababa la separación, se acababan los celos estúpidos a un miserable que no había de resucitar y al que ella no había querido; se acababa el rencor por una desgracia de la que no tenía culpa alguna. Huirían de allí. Despreciaba a aquella tierra tan profundamente, que no quería ni hacerla daño. Abandonarla era lo mejor; poner entre ella y ellos muchas leguas de tierra, muchas leguas de agua.

Huirían de allí para empezar otra vida, sintiendo el hambre detrás de ellos pisándoles los talones; dejarían á sus espaldas la ruina de su trabajo y el cuerpecito de uno de los suyos, del pobre albaet, que se pudría en las entrañas de aquella tierra como víctima inocente de una batalla implacable.

A su madre, que se oponía con ese ciego cariño maternal que no quiere encontrar rivalidades en el amor al hijo y por celos estorba muchas veces su felicidad. El mal que causase siguiéndola a ella no sería irreparable. Huirían juntos; pasearían su amor por el mundo. Y Leonora, cabizbaja, repetía débilmente: No; estoy resuelta. Partiré mañana sola.

Cuando volvió a abrirlos vio la habitación en la obscuridad, sintió en sus espaldas la blandura del lecho y bajo su nuca un brazo mórbido que le sostenía cariñosamente. Leonora le hablaba al oído con la lentitud del cansancio. Convenidos. Huirían juntos, irían a continuar su dúo de amor donde nadie les conociera, donde la envidia y la vulgaridad no turbasen su dulce existencia.

Pen-Ouët es idiota; ¿no sabes que los malos espíritus no entran nunca bajo el techo que cubre a un loco? Jan y su fuego que dan vueltas con tanta rapidez como la devanadera de una vieja, Jan y su fuego huirían a la voz de Pen-Ouët como una alondra ante el cazador. ¿Qué temes, pues?

Pero ya que el ladrón había muerto, y Rafael, a quien no quería engañar, aceptaba generosamente la situación, perdonándola a ella, lo aceptaba todo... ; huirían de allí, ¡cuanto antes!... El mocetón siguió exponiendo sus planes. Don Fernando se encargaba de convencer al viejo; además, le daría cartas para sus amigos de América.

Dícese que lo hacen por aversión instintiva al cautiverio. Será o no será así; pero es un hecho constante aquella singular costumbre. Por tenerlo Pepazos bien sabido, salió en busca de sus yeguas cuyo paradero conocía. Suponíase que los cerriles animales, presumiendo la que su amo trataba de jugarles, huirían hacia las alturas.

Si todos se levantasen á un tiempo, huirían despavoridos los que vienen á dilatar su existencia bajo la palmera y el olivo en la orilla roja del mar violeta. Pero la vida quiera vivir. Es una primavera interminable, y cubre todo cuanto toca con el musgo ávido del placer, con la enredadera veloz de la ilusión.

No podía ni quería retroceder y charlar de nuevo y reanudar amistades con las mozuelas que antes había tratado, las cuales, ofendidas ya, le darían acaso mil sofiones; ni menos podía intimar, aunque lo desease, con las hidalgas y con las hijas de los labradores ricos, que se preciaban de señoritas y que huirían de ella, así por la humilde posición de su madre como por su ilegítimo nacimiento y por la mala fama que le habían dado en el lugar, y que entre todos sus habitantes cundía.

Palabra del Dia

godella

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