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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Susana y Quilito se veían en Palermo, cambiaban una mirada y una sonrisa al cruzar rápido de ambos carruajes, recatadamente, a causa del Argos de la madre o de Angelita, que las cazaba al vuelo, y como era tan chismosilla y enredista, había que cuidarse de ella; luego, en el teatro, algunas veces, muy pocas, porque misia Gregoria, contrariamente a lo que antes predicaba en punto a encerronas, decía ahora que las niñas bien educadas no deben andar de ceca en meca, mostrándose con descaro en todos los sitios, como mercancía puesta a la venta.
La simpatía había nacido de una pasión común: la caza. Pero la caza antes no era más que un ejercicio de hombre primitivo para el aragonés; cazaba sin saber lo que eran las perdices, ni las liebres y conejos, por dentro; Frígilis estudiaba la fauna y la flora del país de camino que cazaba, y además meditaba como filósofo de la naturaleza.
Siempre que volvía de Villabermeja, el Comendador traía á su discípula libros de su biblioteca, flores y plantas de su huerto, y pájaros que cazaba vivos. Lucía gustaba mucho de los pájaros, y, merced al Comendador, no había ya casta de aves en toda la provincia, ora de paso, ora permanentes, de que Lucía no tuviese un par de muestra en su pajarera.
Jaime, que cazaba en Son Febrer, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a escopetazos con un mozo rústico que la pretendía. Sus amores campestres le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un legítimo Febrer, lo mismo que su abuelo.
«Si ésta fuera más lista dijo la señora de Santa Cruz a su nuera , creo que le cazaba». Pero Jacinta era muy incrédula en este particular, y miraba tristemente a la pareja cuando pasaba. Al retirase, Moreno pudo hablarle un instante sin testigos. «Se hará lo que usted desea... Se ha de cumplir todo el programa... todo, hasta en lo que se refiere el nene. Tendrá usted su Morenito».
Otras, sólo cazaba conejos, y al regresar a su casa, cerca del amanecer, tendíase en la cama sin desnudarse, maldiciendo su mala suerte, y dormía con el cansancio del que ha pasado la noche caminando a gatas, con el oído siempre atento, creyendo de un momento a otro oír la voz de «¡alto!» y el silbido de la bala.
Había permanecido en la venta lejos de ellos, para que nadie sospechase que le acompañaban en su expedición. Temía que alguien se chivase y fuese con el soplo. Por e, nada; bien sabían los guardas que cazaba todas las noches, así se viniera abajo el cielo. Cuanto peor fuese la noche, más favorable para él.
¡Vaya, vaya! refunfuña, que si yo tuviera aquí un rifle, un miserable rifle, os cazaba como a patos en una laguna; no quedaría uno de vosotros para un remedio, grandísimos pillos. Con qué gusto cargaría el arma, apuntaría al más pintado y ¡zas! lo echaría a rodar hecho polvo.
De manera que, como quería hacer buena figura, y llevar vida alegre en París, gastaba sus treinta mil francos entre los meses de marzo a mayo, y luego volvía dócilmente a someterse a la vida tranquila de Lavardens: cazaba, pescaba y montaba a caballo con los oficiales del regimiento de artillería que estaba de guarnición en Souvigny.
Mientras tanto el príncipe cazaba por la mañana en los montes cercanos, y se pasaba la tarde en el café; pero ya no le satisfacía el aplauso de los que se agrupaban en torno de la mesa de billar, ni visitaba la partida del piso superior.
Palabra del Dia
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