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Actualizado: 16 de julio de 2025


Bajo la frente que asomaba como un triángulo de fina blancura entre los mechones del cabello lacio, los hermosos ojos verdes de Raquel brillaban de indignación. Y en el tono de sus palabras había un deseo doloroso de hacerle sentir la maldad de su acción. Pero Adriana miró a Raquel con una sonrisa dulce y como sorprendida. No vale la pena de pelear por un presumido como Castilla.

Tu eres la amada que jamás se olvida, La labradora, de ilusión vestida, Que hace de eriales, cármenes fecundos, Y si ante el Cid, Castilla no se ensancha, En cambio Don Quijote de la Mancha Tiene por lanza el cetro de los mundos. ¿Qué te importa que en tierras del Oriente Coronaran de abrojos la tu frente? ¿Qué, el que las Américas en coro Se desprendieran todas de tus brazos?

Vos y vuestros amigos váis á caer al empuje de los más afamados caballeros de León y Castilla. Manda esa fuerza un hermano de nuestro rey, y sin contar los gloriosos pendones de Calatrava y de Santiago, veo allí los de Albornoz, Toledo, Cazorla, Rodríguez Tavera y tantos otros, amén de los de muchos nobles aragoneses y franceses. No se hizo esperar el ataque.

Se sabe, por ejemplo, que en 1639 hizo uno del Almirante de Castilla Don Adrián Pulido Pareja: Palomino que lo vio en casa del Duque de Arcos, dice, que esta hecho «con pinceles y brochas de astas largas que usaba algunas veces, para pintar con mayor distancia y valentía; de suerte que de cerca no se comprendía y de lejos es un milagro»; añade que lo firmó en latín; y hasta refiere una anécdota, según la cual estando el cuadro puesto hacia donde había poca luz y entrando el Rey, como solía, a ver pintar a Velázquez, confundió la pintura con el hombre, preguntando al retratado: «¿Qué, todavía estas aquí? ¿No te he despachado ya? ¿Cómo no te vas? y luego comprendiendo su error dijo al artista: Os aseguro que me engañé

Dedúcese de él que el Consejo de Castilla limitó en un principio á seis el número de las compañías de cómicos, reservándose el derecho de nombrar sus directores; pero que, poco después, llegaron hasta doce el número de estas compañías legales.

Y viendo esto el capitán D. Juan de Castilla, y habiéndole avisado un paje de Su Excelencia, llamado Calveti, que los soldados hablaban con los turcos y que tomaban pan y agua y fruta que les daban, hizo retirar y puso de guardia en la dicha batería á su alférez D. Diego de Castilla, su hermano, y al sargento del capitán Olivera, que se llamaba Valdés, y éste quedó después captivo en Trípol, y entrambos á dos eran muy valientes soldados, y dióles orden que no dejasen llegar á nadie á la batería, ni menos que tomasen cosa alguna de los turcos, y él entre tanto entendía en repararse y apercibir y poner en orden á los soldados que allí tenía para defenderse, determinado de hacer todo lo posible hasta la muerte; y así mandó á su alférez que quemase la bandera, y á sus criados que rompiesen y echasen en el fuego unos reposteros suyos, porque tenían el escudo de sus armas, y esto hizo á fin que los turcos no podiesen hacer triunfo con su bandera como hicieron de las otras que ganaron de los nuestros, colgándolas de las entenas de sus galeras, y así dió á saco lo demás de su ropa y no quiso salvalla dentro del castillo, como lo hicieron otros Capitanes y gentiles-hombres; también quería que quedase allí su ropa y lo que tenía.

Aunque D. Domingo García Pérez es portugués de nación, pasó su primera mocedad en Granada, y estudió en el colegio del Sacro-Monte, donde fué compañero de los Fernández-Guerra, y donde, sin duda, tuvo por maestros á D. Juan de Cueto y á D. Baltasar Lirola, quienes hubieron de inspirarle su buen gusto en literatura y su amor á la de Castilla y al idioma de Castilla.

Su santo celo no fué inútil, porque antes de un año la ermita de Animalejos era uno de los santuarios más concurridos y venerados de toda Castilla la Vieja, á lo que contribuyeron los muchos beneficios que por intercesión de San Isidro y la del mismo Traga-santos habían obtenido de Dios en tan corto tiempo los devotos.

Uno de los principales personajes de la córte, única heredera del reino de Castilla á su hija Doña Juana, y en defecto de esta á D. Cárlos, su nieto; pero advirtiendo que si la primera se hallaba imposibilitada, y Cárlos no tenia veinte años, gobernase D. Fernando, hasta que aquel llegara á esta edad.

Apoderado S. Fernando de esta ciudad, no fijó ni pudo fijar su pensamiento sino en buscar medios para repoblarla. Redactó una carta de fuero mas ámplia que las que se habian hasta entonces concedido , la comunicó á todas las ciudades de Castilla, prometió y otorgó singulares mercedes á cuantos se resolvieron á pasar á vivir en Córdoba con su esposa y con sus hijos.

Palabra del Dia

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