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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Nos hablas de una princesa bella y sin embargo desgraciada..... Eso es ya un ingrediente, mas no basta, no basta. Necesita cuatro o cinco más. Toma un lápiz y apunta los que te voy a dictar. Son los más socorridos y me los sé de memoria. Tomó un lápiz Juanillo, y púsose a apuntar dócilmente en su cartera cuanto le dictaba Aristarco...
Bajó la vista sonriendo, dejó escapar tres o cuatro chicheos, revolvió el café con la cucharilla, echó un sorbo, poniendo los ojos en blanco, y después de limpiarse los labios con sosiego, con el sosiego del hombre fuerte que va a hacer sentir en breve el peso de su valer, llevó la mano al bolsillo interior de la americana, y dijo, sacando una cartera, y de la cartera un sobrecito: Entérese usted de lo enamorada que está Isabel del duque.
Desea hablar con el señor duque. Este, iluminado repentinamente por una idea, dijo: Que pase. El cochero que entró era el mismo que le había conducido desde casa de Calderón a la de su querida. Salabert le miró con ansiedad. ¿Qué traes? Esto, señor duque, que sin duda debe de ser de vuecencia dijo presentándole la cartera perdida.
Y apartándose un buen trecho, púsose a garrapatear con ardor febril en su cartera, no sin que todas las damas y muchos caballeros vinieran a hacérsele presentes, mendigando una mención honorífica en aquella crónica que había de ser al otro día la great attraction de la corte. La apoteosis de Currita prometía ser ruidosísima, y preciso era figurar en ella, aunque sólo fuera de comparsa.
Rompía los ojales del chaleco con la enorme cadena cargada de dijes, y él, que antes cuidaba de salir con poca calderilla en el bolsillo, por miedo a los compromisos o a la tentación de entrar en algún café, sacaba ahora, a tuertas y a derechas, su gran cartera de hombre de negocios repleta de billetes del Banco, y muchas veces escandalizaba a los camareros presentando para pagar un refresco un papelote de mil pesetas.
Pero... que no me salieran tan caras; porque... ¿En qué quedamos? ¿Cuánto le doy? ¿Diez, doce, veinte, treinta mil reales...?» Se puso a escribir sin tenerlo fijamente resuelto. Comenzó una carta, la rompió, y después otras. Por fin le pareció que la tercera o cuarta quedaba bien. Luego sacó de la cartera un sobre, y de éste tres talones, con los huecos en blanco, contra el Banco de España.
La dama tomó la cartera y el brazalete de sobre la mesa, desapareció por la puerta de los tapices, y estuvo gran rato fuera dando tiempo con su tardanza á que Juan Montiño, yendo y viniendo en su imaginación con todo lo que le acontecía, con todo lo que sentía y con la noble, dulce y resplandeciente hermosura de la incógnita, acabase de volverse loco. Al fin la dama apareció de nuevo.
Habia perdido en la diligencia, en Alar-del-Rey, una cartera de viaje conteniendo todos mis valores y papeles, y al caer en cuenta de ello me encontré en Santander sin los elementos indispensables para viajar: dinero, pasaporte y recomendaciones.
¡Ah! nada como Venecia, su impresion me durará siempre, el arte está allí en todas partes, ¡y qué arte! ¡qué arte! Y aquí solo se leen los apuntes de mi cartera, no todo lo ví, hay mucho mas, es admirable.
Cuando se fué don Rodrigo, observé que de una manera disimulada, pero curiosa, se informaba de si la cartera estaba en su sitio, y cuando aquella noche vino el duque de Lerma, le recibí con despego, le atormenté, me ofreció como siempre alhajas, y yo... yo le pedí que me trajese un escrito indudable de la reina.
Palabra del Dia
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