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Actualizado: 6 de junio de 2025
La señora de Aymaret abandonó el castillo y tomó el camino de las Loges, fraguando en su cabeza el mejor plan para atenuar en lo posible el rudo golpe que aguardaba a Pedro, resolviendo al cabo en sus adentros, insistir sobre la entrada de su amiga en el Carmelo y dejar en la sombra esos misteriosos amores cuya semi-confidencia había logrado arrancar a Beatriz.
¿En entrar en el Carmelo? repuso aquélla . ¿Y por qué no?... Hace tiempo que lo vengo pensando... mucho tiempo... ¿Qué mejor puedo hacer sino abandonar este mundo, para mí tan duro?... Perdóname, amada Elisa, si antes no te he hablado de mis proyectos... pero, en asunto tan grave como éste, no hay mejor consejero que uno mismo... En materias de valor y de vocación, cuando se consulta a un tercero es que se carece del uno y de la otra...
Los seis querían ir a Buenos Aires; y como bestias humildes, resignadas de antemano a los golpes que creían merecer, bajaban la cabeza contentos con su desgracia si lograban alcanzar el término del viaje. Don Carmelo habló en voz baja con el primer oficial.
El carpintero de a bordo estaba haciendo en aquellos momentos el cajón para Pachín Muiños. El mismo don Carmelo acababa de comunicarle la orden. Isidro no escuchó más. Nélida le hacía señas para marcharse. En medio de su entusiasmo por la popular recepción, experimentó la joven un sentimiento de menosprecio y asco hacia aquellas gentes.
Los hombres respiraban unos momentos en la cubierta y encendían un cigarro antes de ir a despojarse de las prendas negras. Sonó de nuevo el repiqueteo de la campanilla y corrió Isidro a mirar por las ventanas. ¡Otra más!... Era su amigo don José, que, cubriéndose con las vestiduras sudorosas de sus antecesores, iba a decir la tercera misa ayudado por don Carmelo.
¡Mardita sea! Pero lo que yo digo: ¡si esto es pior que la Inquisisión! ¡Si esta pobre mujer quié ver a su marío! Don Carmelo intentó disuadir a la familia. Al día siguiente verían al enfermo... si es que estaba mejor. Por el momento era imposible. Les infundió tranquilidad y confianza, acostumbrado como estaba al trato de la muchedumbre emigrante.
Mientras hablaba Isidro de la mujer y los hijos de su amigo, andaluces trasplantados a Hamburgo, y de las escaseces pecuniarias de éste, que le obligaban a buscar entre los pasajeros ricos uno que quisiera entretener los ocios de la travesía estudiando idiomas, don Carmelo gritó con el acento de su tierra: ¡Too Dios con er papé en la mano!, ¡que se vea bien!
Palabra del Dia
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