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Actualizado: 6 de julio de 2025
Esta hora no trastornaba sus planes. Aparecieron don Carmelo y el primer oficial con cierto apresuramiento, como si deseasen finalizar cuanto antes el lúgubre deber para irse a dormir. Cuando ustés gusten, cabayeros dijo el de la comisaría. Despertó don José con nervioso sobresalto, y bajaron todos a la explanada de proa.
Le creían en la enfermería, aceptando los piadosos embustes de don Carmelo. «¡Pachín!», aullaba la viuda. Una preocupación única volvía continuamente como tema obligado de sus lamentaciones. «¡Lo han echado al mar!... ¡No lo veré más!» Y los pequeños la hacían coro, como una cría de perritos abandonados. «¡Padre!... ¡padre!» ¡Qué sería de ellos!...
Y el pueblo de Jerusalén afirmaba que Salomón la había conocido y la había amado. Y que la había hallado rosa de Saron y lirio de los valles. Y que había comparado su cabeza rubia, por la majestad, con el Carmelo, y el olor de sus vestidos al olor del almizcle y al de las silvestres flores que crecen en el Líbano.
Tú, Morenito, ya has acabado de armar escándalo, porque lo digo yo, ¡ea! Te vas abajo a dormir en seguía, o te hago bajar de dos patás. El bravo se encogió. Únicamente de su padre y de aquel señor aguantaba verse tratado así. Pero don Carmelo era un ángel, se portaba bien con los pobres, y él sabía distinguir a las personas buenas, obedeciéndolas. A pesar de esta sumisión, aún masculló protestas.
Y Elías subió a la cumbre del Carmelo; y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. 43 Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. 45 Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento; y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel.
1 Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará, y florecerá como lirio. 2 Florecerá profusamente, y también alabará y cantará con júbilo; la honra del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria del SE
Hablaba con vagas alusiones de la temible navaja, cuyo escondrijo nadie lograba encontrar. Iba a salir a luz de un momento a otro. Y si la saco, se acaba too... ¡too! Sintió una mano en un hombro y volvió la cabeza. Era don Carmelo el de la comisaría: el hombre que le inspiraba más respeto en el buque; todo un caballero, y además paisano.
Avanzaron seis jóvenes, con la cabeza descubierta, las ropas haraposas y los pies metidos en zapatos rotos o alpargatas deshilachadas. ¿De moo que no tenéis pasaje y os habéis metió aquí de polisones sin má ni má, como si esto juese la casa e toos? ¿Y creéis que esto va a quear ansí?... Tú, ¿de ónde eres? Y los seis polisones fueron contestando al interrogatorio de don Carmelo.
A pesar de su preñez, sometió su cuerpo a las más arduas penitencias, imitando, dentro de su casa, en lo que era posible, la nueva reforma del Carmelo. Cuando se acercaba el día del parto, don Íñigo resolvió cambiar de residencia y se trasladaron, para siempre, a Avila de los Santos.
El pobrecito está en pleno delirio continuó don Carmelo . En vano le dicen que vamos a Buenos Aires y que llegaremos pronto. Cree que volvemos a su país; y si al fin duda, pide que lo llamen a usted, señor Maltrana. «Que venga don Isidro.
Palabra del Dia
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