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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


En la ría, junto á las grúas que funcionaban incesantemente, dormían los vapores, con el casco invisible tras la riba, mostrando por encima de ella las chimeneas y los mástiles. Subían de sus entrañas los grandes tanques de hierro cargados de hulla inglesa y, deslizándose por los rails aéreos, iban á volcar el negro mineral en las enormes montañas de las fábricas.

La existencia de este infierno interior se transparenta en los recursos insuperables de su arte, en el abismo negro de sus ojos, cargados con la enorme tristeza de haber visto pasar la dicha, en la nerviosa elocuencia de sus manos lívidas, en todas las actitudes de su cuerpo raquítico, delgado, desprovisto de atractivos sensuales, y sin embargo, tan imponente en los arrebatos homicidas de la tragedia, y tan envolvente, tan adorable, tan refinadamente femenino, en las horas azules de la caricia.

La sensación fría del acero de la escopeta en la palma de sus manos le volvió a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la montaña... ¡Pero qué caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los cañones, cartuchos cargados con perdigón menudo para las bandas de pájaros que cruzan la isla viniendo de África.

Salían cada dos días, luego de cerrada la noche, cargados con aquellos paquetes, por cuyo trabajo daban a Feli unos cuantos reales. Maltrana seguía la acera pegado a la pared, con cierta vergüenza, ocultando la cara, lanzando oblicuas miradas para reconocer a los transeúntes. La joven, a pesar de la torpeza de sus piernas, esforzábase por seguir su rápido paso, semejante a una fuga.

Y como si quisiera pasar apresuradamente sobre este recuerdo, explicó su llegada al cortijo. Había salido por la mañana de Jerez en la góndola de la sierra, uno de aquellos coches que pasaban cargados de gente y de fardos por el inmediato camino.

El dueño de Matanzuela, al ver a María de la Luz bajo las arcadas, fue a su encuentro, confundiéndose con el cocinero de los Dupont y un grupo de criados que acababan de llegar cargados de vituallas, y pedían a la hija del capataz que los guiase a la cocina de los señores, para preparar el banquete.

Flamean las mantas rojas, amarillas, azules, colgadas al aire en una tienda; un mendigo, con redondo y ancho sombrero tieso, vestido de buriel pardo, discurre al sol, agachado sobre su palo; atraviesan la plaza dos borricos cargados de ramaje de olivo; pasa ligero, con menudo paso afirmado de viejo hidalgo, la capa al aire, un señor de largos bigotes grises y hongo apuntado. Salgo de la plaza.

Ráfagas de aire frío, ascendiendo de los valles del Sarre, traían de muy lejos, como un suspiro, los rumores eternos de los torrentes y de los bosques. La Luna, filtrándose entre las nubes, alumbraba de lleno las selvas sombrías del Blanru, con sus grandes abetos cargados de nieve.

Y al cabo de dos dias que allí estuvo, cerca de la media noche, llegó el aviso como los Turcos estaban cerca cargados de grandes despojos. Préparose Philes para la batalla, y al salir del sol se descubrieron clara y distintamente de ambas partes.

Un sendero pedregoso, obstruído por los zarzales, ha sustituído el camino por donde los guerreros hacían caracolear á sus alegres caballos al emprender la marcha, por donde subían los mercaderes encadenados y los mulos cargados de botín.

Palabra del Dia

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