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Actualizado: 10 de julio de 2025


En la estancia van a conocer ustedes a Baldomero, el capataz, un tipo genuinamente criollo, que ha tenido sus contrastes y sus desgracias, pero que es amable y jovial en todos los casos y que al preguntarle una vez: «¿Cómo le va, Baldomero?...» me contestó así: «Aquí vamos, don Melchor, tragando amargo y escupiendo dulce.» ¡Qué hermoso! dijo Lorenzo.

Era cerca del amanecer, y el capataz, echando mano a su escopeta, abrió una ventana. Un hombre en mitad de la plazoleta sosteníase agarrado al cuello de su jaca, que respiraba jadeante, con las piernas temblonas, como si fuese a desplomarse. Abra usté, padrino dijo con débil voz. Soy yo, Rafaé, que vengo jerío. Pa , que me han pasao de parte a parte.

Se hallaba ésta a un lado de la carretera y tenía delante una frondosa alameda de árboles altísimos. La casa era de piedra, grande y negruzca, y estaba rodeada de construcciones bajas, de ladrillo. El capataz nos dio ropas nuevas, y al día siguiente comenzamos a trabajar en el campo.

El dueño de Matanzuela, al ver a María de la Luz bajo las arcadas, fue a su encuentro, confundiéndose con el cocinero de los Dupont y un grupo de criados que acababan de llegar cargados de vituallas, y pedían a la hija del capataz que los guiase a la cocina de los señores, para preparar el banquete.

No se le comenzó a tener en tanto como él quería, hasta que corrió por uno y otro concejo montañés la noticia, verdadera, de que en una apuesta con un capataz de las minas le había dejado el alemán al español en la docena y media de huevos fritos, mientras él, Körner, llegaba a tragarse las dos docenas muy holgadamente, y ponía remate a la hazaña engulléndose dos besugos.

Aquellas frases iban poco a poco resolviéndose en palabras sueltas, después en monosílabos; oíase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plácido silencio, después de extinguida la luz, a cuyo resplandor había enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas. Una noche, después que todo calló, dejose oír ruido de cestas en la cocina.

El capataz se alzó del suelo con el rostro contraído y sin responder á nadie, seguido de sus hombres, se lanzó por la pendiente abajo en busca de la boca de la galería que se hallaba próxima al pueblo de Carrio. Un estremecimiento de terror corrió por aquella muchedumbre. Todos adivinaron algo terrible y los siguieron. Sólo la tía Felicia, Flora y algunas mujeres permanecieron en el prado.

Fermín, molestado por el tono irónico con que aquel vencido, satisfecho de su servidumbre, hablaba de Salvatierra, iba a contestarle, cuando en lo alto de la explanada sonó la voz imperiosa de Dupont y las fuertes palmadas del capataz llamando a su gente. La campana lanzaba en el espacio el tercer toque. Iba a comenzar la misa.

La resonancia peculiar del bosque trájoles, lejana, una voz ronca: ¡A la cabeza! ¡A los dos! Y un momento después surgían de un recodo de la picada, el capataz y tres peones corriendo. La cacería comenzaba. Cayé amartilló su revólver sin dejar de avanzar. ¡Entregáte, añá! gritóles el capataz. Entremos en el monte dijo Podeley. Yo no tengo fuerza para mi machete. ¡Volvé o te tiro! llegó otra voz.

Tu marido, creyéndose viudo, podría casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo... Si vuelves impedirás ese casamiento, porque él te ha querido mucho, mucho... Pepa oía como quien oye la lluvia... Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas.

Palabra del Dia

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