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Actualizado: 10 de julio de 2025


El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor.

Los tres chicos del capataz de la fundición de hierro salieron batiendo marcha sobre una plancha de latón, y pronto se agregaron a ellos, para aumentar tan dulce orquesta, los dos del tendero, tañendo esas delicadas sonatas de Navidad, que consisten en descargar golpes a compás sobre una lata de petróleo. Eran estos enemigos del género humano pequeñuelos y sucios.

Porque quieren mucho al amo, y ha bastado que les dijese yo de parte de don Pablo lo de la fiesta, pa que los pobrecitos se quedasen voluntariamente sin ir a sus casas. La voz de Dupont llamando a su ilustre amigo el padre Urizábal hizo que éste abandonase al capataz, dirigiéndose a la iglesia, escoltado por don Pablo y toda su familia.

Hasta la noche del domingo estaban con sus familias entregando los ajorros a las mujeres; la parte de jornal que les restaba después de pagar el costo. El sacerdote mostraba su extrañeza al ver que los viñadores se habían quedado en Marchamalo siendo domingo. Porque son muy buenos, padre dijo el capataz con acento hipócrita.

En un pueblo cuyas estancias tengan 20.000 cabezas de ganado vacuno, no baja el procreo de 4.000 de yerra al año; y teniendo, como todas tienen, crías de yeguas y de mulas, producen también el aumento de las crías; de modo que tengo bien averiguado que, rebajando las que se mueren, pierden, roban, consumo anual de estancias, y computando jornales de peones y capataz, pasa de 3.000 pesos el valor del aumento anual en una estancia como la propuesta.

Iban con sus peores ropas aunque ninguno de los dos sabía ciertamente cuáles podían llamarse mejores , con viejas boinas echadas sobre los ojos, y un aspecto recatado y misterioso de conspiradores convencidos de lo pavoroso de su misión. El capataz de periódicos guiaba, como conocedor del punto de la cita.

El capataz, y muchos de los viñadores, adivinando que había llegado el momento supremo de la ceremonia, abrían desmesuradamente los ojos esperando ver algo extraordinario. Mientras tanto, el sacerdote volvía las hojas de su libro, sin encontrar la oración apropiada al caso. El Ritual era minucioso.

Siempre que iba a la viña se presentaba con un sacerdote de distinta clase, adivinando por esto el capataz cuáles eran sus favoritos del momento. Unas veces eran frailes con vestimenta blanca y negra, otras pardos o de color de castaña: hasta los había llevado de luengas barbas, que venían de lejanos países y apenas si chapurreaban el español.

Al frente de ellos, como portaórdenes de la doctora, figuraba Karl, el escribiente que Ferragut había visto en el caserón del barrio de Chiaia. Este hombre, á pesar de su aspecto meloso, tenía en su historia varios delitos de sangre. Era un digno capataz del grupo de aventureros enardecidos por el entusiasmo patriótico que se reunía todas las tardes en cierto café del puerto.

En ese momento salía al encuentro de los viajeros el gran capataz de la «Celia», Baldomero Luna, quien al ver a Melchor se dirigió hacia él diciéndole efusivamente: ¡Cuánto bueno por acá! ¿Qué tal, Baldomero? ¡Ahora bien, muy bien! ¿Qué, ha sucedido algo? le preguntó Melchor, mirándole fijamente y conservándole tomadas ambas manos. ¡Si viera!... Pero, ¿qué ha ocurrido?

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