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Actualizado: 10 de julio de 2025
¡Menúa jumera nos prepara el señorito! decía riendo como un patriarca. De la gran cena en medio de la explanado, lo que más atrajo la admiración de la gente, fue el vino. Comían de pie hombres y mujeres, y al tener en la mano el vaso lleno, avanzaban hasta una mesita ocupada por el señorito, el capataz y su hija, a la que daban luz dos candiles.
El capataz, que era de estos irlandeses que tienen un odio furioso a Inglaterra, nos prometió que no sólo no diría nada, sino que si veía algún espía en la finca lo zambulliría en el estanque. Salimos de allá; pensábamos ir al sur, por la costa, a ganar Wexford, en donde podríamos tomar un barco que nos dejara en el continente. Echamos a andar.
Rafael permaneció inmóvil largo rato, alejándose al fin, cuando dejó de percibir en sus labios la impresión de la mano de María de la Luz. Transcurrió aún mucho tiempo antes de que los habitantes de Marchamalo diesen señales de vida. Los mastines ladraron dando saltos, cuando el capataz abrió la puerta de la casa de los lagares.
El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. Algunas veces se presentaba el marqués de San Dionisio, y a pesar de sus cincuenta años lo ponía todo en revolución.
Como ejercía una autoridad de procónsul sobre su comarca natal, una de sus primeras disposiciones fué apoderarse de la gran propiedad en la que había trabajado como humilde capataz. El propietario, residente en París, recibió de él una carta dulce y respetuosa: «Venga usted por aquí, patroncito; tendré un verdadero gusto en verle. Arreglaremos cuentas sobre su hacienda.
Hasta allí había llegado, agrandada por comentarios, la noticia de lo ocurrido en Matanzuela. El capataz movió su cabeza reprobando el suceso, y la hija, aprovechándose de una ausencia del señor Fermín, increpó a su novio, como si éste fuese el único responsable del escándalo del cortijo. ¡Ah, mardito! ¡Por esto había estado tantos días sin presentarse en la viña!
El cansancio, las inquietudes y sustos que aún tenían trémulos a Maltrana y al capataz eran para los dos cazadores incidentes sin importancia de la diaria lucha... ¡Vaya un modo de ganarse el pan! Al detenerse un instante en la cumbre del cerro, el joven volvió a ver los rosarios luminosos del alumbrado de los pueblos, la nube roja que se cernía sobre Madrid.
Otras mañanas, cuando Luis Dupont no sentía deseos de conversar con el capataz, entrábase en la casa buscando a María de la Luz, que trabajaba en la cocina. La alegría de la muchacha, la frescura de su piel de morena fuerte, producían en el señorito cierta emoción. La castidad voluntaria que observaba en su retiro, le hacían ver considerablemente agrandados los encantos de la campesina.
El capataz Celedonio, mestizo de treinta años, generalmente detestado por su carácter duro y avariento, también ofrecía una lejana semejanza con el patrón. Casi todos los años se presentaba con aire de misterio alguna mujer que venía de muy lejos, china sucia y mal encarada, de relieves colgantes, llevando de la mano á un mesticillo de ojos de brasa.
El capataz afirmaba, con cierto orgullo, que su ahijado tenía carne de perro. A otro lo hubiesen hecho polvo con un balazo así: ¡pero, balitas a él, que era el mozo más valiente del campo de Jerez!... Cuando el herido abandonó la cama, acompañábale María de la Luz en sus vacilantes paseos por la explanada y los senderos inmediatos.
Palabra del Dia
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