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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Bueno, bueno; la pelota está en el tejado; ¡yo te respondo de lo que ocurra! El contrabandista montó, de un salto, a caballo, terciose sobre el hombro uno de los picos de la capa y desenvainó su gran espada con un continente magnífico. Todos los hombres que le seguían hicieron lo mismo.

Otro joven, embozado hasta los ojos en su capa, estaba cerca de aquel grupo y se mantenía inmóvil y callado; pero cuando se trató de las dotes físicas, dio colérico con el pie un golpe en el suelo. No lo dudo, sir John respondió el vizconde. ¡Qué ojos tan árabes! añadió el joven don Celestino Armonía . ¡Qué cintura tan esbelta!

Pues ¿qué diré del modo con que de noche nos apartamos de las luces porque no se vean los herreruelos calvos y las ropillas lampiñas?, que no hay más pelo en ellas que en un guijarro, que es Dios servido de dárnosle en la barba y quitárnosle en la capa.

Uno de los franceses, que estaba enfrente de la puerta, vio que al subir la escalera el español echó sobre los hombros del alemán su hermosa capa forrada de pieles; que el alemán hizo alguna resistencia, y que el otro se esquivó y se metió en su camarote. ¿Habéis entendido lo que decían? le preguntó su compatriota.

El Alguacil trató de su negocio sin meterse en más dimes ni diretes, deseando más que hubiese dares y tomares, y doña Tomasa estuvo empuñada la espada y terciada la capa a punto de pelear al lado de su soldado; que era, sobre alentada , muy diestra, como había tanto que jugaba las armas , hasta que vió sacar preso al que le negaba la deuda, libre de polvo y paja.

Tendía el maestro la amplia capa en el suelo, para que sobre ella cayesen las blancas y maravedises con que el público lo socorría; y trazada una gran circunferencia en la tierra con la punta de la espada, y empuñándola arrogante, describía círculos rectos, tajos adelante y atrás, revolvíase como energúmeno, saltaba agilísimo de un lado á otro, acometía ó bien retrocediendo, simulaba parar los golpes de su imaginado contrario, todo tal y tan verdaderamente, como nos lo pintó al vivo el gran Quevedo, en su saladísima crítica de los que elevaban la esgrima á la altura de la ciencia matemática, tan á maravilla ridiculizados en el Buscon Don Pablos ...

A fin de tener esta satisfacción honrosa, y tal vez para ganar algunos reales, porque se jugaba a diez por cada cien tantos, y él ganaba casi siempre, se violentaba el médico hasta el extremo de afeitarse un día y otro no, y dejar en la antesala la capa y el sombrero, sin entrar con la capa sobre los hombros, cuando no embozado y con el sombrero encasquetado hasta las cejas, según solía entrar en las demás casas donde iba de visita. ¡Tan profundo era el respeto que doña Inés le inspiraba!

Lo primero que vió el alcalde fué delante de un hombre embozado; pero con tal capa y tal pluma y tal cintillo en la gorra, que le entró miedo. ¿Tendremos otro grande de España? dijo. Entrad solo, señor alcalde dijo gravemente el duque de Lerma. El licenciado Sarmiento entró. ¿Sois alcalde de casa y corte, según creo? dijo el duque. ; , señor. ¿Os vendría bien ir de oidor á las Indias?

Sabiendo esto el escritor de costumbres, no desdeña muchas veces salir de un brillante rout, o del más elegante sarao y previa la conveniente transformación de traje, pasar en seguida a contemplar una escena animada de un mercado público, o entrar en una simple horchatería a ser testigo del modesto refresco de la capa inferior del pueblo, cuyo carácter trata de escudriñar y bosquejar.

Receta tras receta, el enfermo consumió mi capa, después mi levita... mis calzones se convirtieron en píldoras.... Pero mis amos no me abandonaban... volví a tener ropa y mi hermano salió a la calle. El médico me dijo: «que vaya a convalecer al campo...» Yo medité... ¿Campo dijiste? Que vaya a la escuela de Minas. Mi hermano era gran matemático.

Palabra del Dia

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