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Actualizado: 30 de abril de 2025
Momentos antes de que la rosada aurora abriese de par en par las ventanas del Oriente, Satanás, que amaneció de humor campechano, envió a Lancia al más travieso y juguetón de los demonios con encargo de despertarla. Batió sus negras alas el ministro de Averno sobre la ciudad y lanzó una carcajada horrísona, estridente, que logró arrancar de las profundidades del sueño a todos sus habitantes.
El cura don Carlos Rodríguez era un clérigo campechano, caritativo y poco exigente en el cobro de los diezmos y demás provechos parroquiales, cualidades apostólicas que lo hacían el ídolo de sus feligreses.
Este D. Jeremías desempeñaba un cargo en el Tribunal de la Rota, tenía el título de predicador de S. M. y el de prelado doméstico de S. S. Era activo, intrigante, de genio vivo y trato campechano. Godofredo y él se hicieron en poco tiempo íntimos amigos. Laguardia tenía tendencias a la dominación; le gustaba servir a los amigos, pero dominándolos.
Besó a las niñas como sí fuese su abuelo, y a doña Manuela diole algunas palmadas en la espalda con una alegría de viejo campechano, asegurando que cada vez estaba más gorda y hermosota. Venía de oír misa de San Juan, su querida parroquia; y cumpliendo la obligación de todos los años, quería saludar a Manuela y a las niñas, y desearles mil felicidades en el día del santo.
El uno era el marqués de Soldevilla, hombre de media edad, enteramente rasurado, color erisipeloso y dientes amarillos, que hablaba muy alto para aparecer campechano: el otro, un coronel retirado, llamado Galarza, viejo, canoso, y hombre de pocas palabras y amigos. Venían de parte del Duque a arreglar un asunto grave, que había acaecido la noche pasada, en el terreno del honor.
Pues, señor, que se descubrió aquí una mina pocos años hace; que la compró una compañía inglesa, y que vino un ingeniero de allá para explotarla. Este inglés era mozo, algo arlote como todos los ingleses, y muy campechano y muy resuelto para todo; que Leto y él se conocieron en el Casino; que resultó que tenían unas mismas aficiones, y cata que llegan a hacerse muy amigos.
Aparte la ciencia, que no era su terreno propio, don Robustiano podía apostar con cualquiera a campechano, alegre, simpático, y hasta hombre de excelente sentido y no escasa perspicacia. Pecaba de hablador. Al Magistral no le podía tragar, pero temía su influencia en las casas nobles y le trataba con fingida franqueza y amabilidad falsa.
Era un señor grueso, bondadoso, de trato campechano: un burgués de Buenos Aires venido á menos que había pedido un empleo para poder vivir, resignándose á aceptarlo en la Patagonia. Llevaba traje de ciudad, pero con el aditamento de botas altas y gran sombrero, creyendo haber conseguido con esto el aspecto que exigía su cargo.
En la prosa, el arte, si arte se necesitaba para manejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, al decir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse un zapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto por lo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, que había cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en que pensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros.
Al cabo, mi compañero, o porque no tuviese ya que decir, o porque recordase que no estaba procediendo con sobrada cortesía, comenzó de nuevo a hablar de mis asuntos en tono campechano y ligero, como quien quiere hacerse agradable sin importarle mucho por lo que está diciendo. Era tal, sin embargo, mi deseo de hablar de la hermana, que se lo agradecí.
Palabra del Dia
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