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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Ni cinco minutos tuvieron que esperar, porque al punto entraron dos madres que ya estaban avisadas, y casi pisándoles los talones entró el señor capellán, un hombrón muy campechano y que de todo se reía. Llamábase D. León Pintado, y en nada correspondía la persona al nombre. Nicolás Rubín y aquel pasmarote tan grande y tan jovial se abrazaron y se saludaron tuteándose.
Cesó el estertor, como si se cerraran los escapes de aquella locomotora que sonaba a lo lejos; y al quedar la alcoba envuelta en un silencio fúnebre estallaron sollozos y lamentos en toda la casa. Hasta Visanteta y la remilgada criadita lloriqueaban en la cocina al pensar que no verían más al señorito campechano que alternaba con ellas, complaciéndose en obedecer sus mandatos.
Al cabo de un instante se echa un poco hacia atrás y exclama con acento rudo y campechano: ¡Hombre, hace muchísimo tiempo que no veo ningún cuadro de usted! El año pasado pinté uno para la Exposición de Bellas Artes contesto. ¿Y desde el año pasado no ha pintado usted ningún otro? No, señor. Pero lo estará usted pintando.
Cada momento me seducía más la gracia y el carácter campechano de la primera; y eso que más de una vez se reía, según sospecho, a mi costa. A los dos o tres días de tratarla me preguntó: ¿De dónde es usted? De Bollo. Me miró con sorpresa. Un pueblecito del partido judicial de Viana del Bollo, en la provincia de Orense añadí con timidez.
Palabra del Dia
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