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Actualizado: 31 de mayo de 2025
La noche bien lo recuerdo de aquel Martes Santo en que el canónigo encendido y campechano surgió en la casa de huéspedes, la Pinta se mostró sobremanera comunicativa. Mi padre era zapatero y otra cosa, que él decía filósofo bilateral. Como he oído, siendo niña, estas palabrejas tantas veces, no se me han borrado de la memoria.
Doña Celestina, la matrona matriculada, que había venido por consejo de D. Venancio; el marido de la partera, D. Alberto, que también andaba por allí; Nepomuceno, Marta, Sebastián y hasta el campechano Minghetti, si bien este le miraba a ratos con ojos que parecían revelar cierto respeto y algo de pasmo.
Mire también a las señoras viejas sentadas junto a él; ¡con qué arrobamiento le contemplan mientras come!... Fíjese en la mesa del centro, la más grande del salón; es para catorce pasajeros, y la ocupa el doctor Zurita con su familia. ¡Hombre generoso y campechano! ¡Como si nos conociésemos toda la vida!
Menos lo del «bajón» y sus consecuencias, todo lo que mi tío me contaba en esta carta me lo tenía yo bien sabido; y sabía también, por lo que se deducía fácilmente de su anterior y escasa correspondencia con nosotros y lo poco que me había dicho mi padre, que su hermano Celso era un hombre campechano, de escasas letras y excelente corazón, agudo de magín y un tanto marrullero, como buen montañés, y más cuidadoso del cultivo y prosperidad de sus tierras y ganados, que del fomento de su cariño a la familia que le quedaba; dejadez que a ratos tocaba en una indiferencia que parecía rayana del absoluto olvido.
Lejos de pensar en contradecirle en nada el campechano Bermúdez, a todo le dijo «amén» por ser ese el camino más derecho para llegar al fin de la visita, que era lo que más deseaba entonces. Túvole al sonar las nueve de la noche; y los Vélez de la Costanilla se despidieron y se marcharon con el mismo insípido ceremonial con que se habían presentado en el solar de Peleches.
Desde que corrió la noticia comenzó el señorito a sentirse halagado por la especie de pleito-homenaje que se presentaron a rendirle infinidad de personas, todo el señorío de los contornos, el clero casi unánime, y los muchos adictos y partidarios de Barbacana, capitaneados por este mismo. A don Pedro se le ensanchaba el pulmón. Bien entendía que Primitivo estaba entre bastidores; pero al fin y al cabo, el incensado era él. Mostró aquellos días gran cordialidad y humor excelente y campechano. Hizo caricias a su hija y ordenó se le pusiese un traje nuevo, con bordados, para que la viesen así las señoritas de Molende, que se proponían no contribuir con menos de cien votos al triunfo del representante de la aristocracia montañesa.
Se le pusieron los ojos encendidos, las mejillas carmesíes. Luego se limpió sosegadamente con el pañuelo la boca y las narices, y dijo con acento campechano: Hombre, no sea usted tacaño. No se altere usted por esas miserables pesetas. Pero él no las soltó. El comerciante quiso llevarse el caballo. Tampoco pudo lograrlo. Hubo un momento de silencio.
Su suerte pareció cambiarse un poco cuando pasó al tercer año. Tocóle por profesor un dominico muy campechano, amigo de bromas y de hacer reir á los alumnos, bastante comodon porque casi siempre hacía explicar la leccion á sus favoritos: verdad es tambien que se contentaba con cualquier cosa. Basilio por esta época ya gastaba botinas y camisas casi siempre limpias y bien planchadas.
Citaba mucho a su amigo el Patriarca y al campechano obispo de Nauplia; proponía rifas católicas, organizaba bailes de caridad, novenas y jubileos a puerta cerrada, para las personas decentes... ¡mil absurdos! El Magistral le iba a la mano siempre que podía, pero no podía siempre.
A usted deben quererla todos los que la traten... Al menos por lo que a mí se refiere, hace poco tiempo que la conozco y ya se me figura que la quiero... Después de decir esto comprendí que era algo descomedido y quedé confuso. Traté de atenuarlo siguiendo: Tiene usted un carácter abierto, campechano, que la hace muy simpática.
Palabra del Dia
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