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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
Es verdad que eso no le hace falta a una mujer si su marido es un hombre como debe ser, pero esa cualidad le sería muy necesaria a la vuestra, porque apenas tenéis la voluntad necesaria para hacer caminar a las dos piernas en la misma dirección. Esa joven no ha dicho definitivamente que no os aceptaba, ¿verdad?
Ser algo por amor suyo me hubiera quizá impelido a serlo todo; ambicionar lejos de ella, es caminar sin término, pensar sin juicio, tender el vuelo a los espacios sin que la mente sepa dónde ha de hallar descanso la esperanza.
Hoy no pude resistir la tentación: tomé el impermeable y me fuí hacia allá. Después de pasar el puente salté á los prados para atravesar el camino. Si me hubieran visto caminar con aquel temporal no sé lo que hubieran pensado. Mi objeto único y exclusivo era verla, aunque fuese de lejos. Me aposté detrás de un árbol y estuve esperando no sé cuánto tiempo. El agua me bañaba el rostro y el cuello.
La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recebido grandísimo contento, y el carro comenzó a caminar; y, al pasar, la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques y hizo una gran reverencia a Sancho.
Era la hora en que los caballeros andantes dejaban los castillos. Sus armaduras reflejaban la claridad nebulosa... Un gallo cantó. Hizo a un lado el recuerdo de aquellas historias dominantes, que le habían robado tantas horas de oración y de estudio, y, como no era fácil leer aun el Oficio, dejó de caminar y apoyó el codo en la piedra.
¡Sí, está fresca! exclamé empujando hacia atrás mi silla y poniéndome a pasear a grandes pasos por la sala; ¡no la perdonaré jamás, jamás! Levantose también el cura y comenzó a caminar en contra mía, de manera que continuamos la conversación cruzándonos continuamente, como el Ogro y el Pulgarcillo, cuando el monstruo le persigue por haberle robado una de las botas de siete leguas.
Necesitaba moverse, caminar en la obscuridad, aspirando el fresco de la misteriosa lobreguez. En la puerta del jardín vacilaron ante los ofrecimientos de varios cocheros. Freya fué la que desechó sus ofertas. Quería volver á pie á Nápoles, siguiendo el suave descenso del camino de Possilipo, después de la larga inmovilidad en el restorán. Su rostro estaba acalorado y rojo por el abuso del vino.
Me bastaba saber que todavía estaba viva, porque cuando la traje a tierra creí que ya era inútil todo auxilio humano, y que el cobarde atentado de su vulgar amante había tenido éxito. Tiritaba y se estremecía de la cabeza a los pies, pues el viento de la noche cortaba como un cuchillo, y, al fin, por indicación mía, se puso de pie y, apoyándose pesadamente sobre mi brazo trató de caminar.
Parecióle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba.
Azorín y el maestro se quedan asombrados. ¿Don Víctor habla? ¿Don Víctor tenía un bastón? ¡Esto es insólito! ¡Esto es estupendo! Y don Víctor prosigue: Yo tenía un bastón, ¿eh?... un bastón con el puño de vuelta, con una chapa de plata, ¿eh?... con una chapa de plata que hacía un ruido sordo al caminar... Don Víctor se detiene en una breve pausa; se siente fatigado de su enorme esfuerzo.
Palabra del Dia
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