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Actualizado: 1 de octubre de 2025


Por fin lograron entre ambas acercarle hasta la mesa dejándole ante su cubierto; después Leocadia se metió bajo la camilla para arreglar sobre la banqueta los almohadones medio destripados, con objeto de que pudiera extender las piernas, y al fin quedó el anciano iluminado de lleno por la luz de la lámpara, mostrando en el rostro el cansancio de muchos meses de dolor, aunque no los bastantes para borrar de su fisonomía la bondad que constituía el fondo de su ser.

Y no hables tanto, ahora; volverá a subirte la fiebre. En esto bajó Zoraida para pedir a Julio que hiciera compañía a la abuelita. Era preciso tranquilizarla de cualquier modo; ya resultaban inútiles los esfuerzos que ella y Eduardo hacían para darle a entender que no tenía gravedad el estado de Laura. A toda costa quería que la bajaran en una camilla.

¿Qué muebles piensas enviar a casa de Engracia? Entre mañana y pasado mandaré una cómoda, un armarito, una lámpara y dos banastas con ropa: la cama y la butaca, el potro, como papá la llama, no podrán llevarse hasta el último momento. Bueno; pues ya lo sabes, por si antes no nos vemos: el sábado a las tres, sin falta, voy con la camilla. Asunto terminado.

La camilla penetró en una habitación inmediata al patio, y el espada, con minuciosas precauciones, fue trasladado a la cama. Estaba envuelto en trapos y vendajes sanguinolentos que olían a fuertes antisépticos. De su traje de lidia sólo conservaba una media de color rosa. Las ropas interiores estaban rotas en unos sitios y cortadas en otros por tijeras.

Después que llegó el juez y se instruyeron las debidas diligencias, colocaron en una camilla el cadáver, y lo transportaron a su casa, porque don Rosendo, que sabía la noticia, lo reclamaba. Fué una procesión tristísima al través de las calles de la villa. Los vecinos se asomaban a los balcones, pálidos, inquietos, con la tristeza en el semblante. Gonzalo gozaba de generales simpatías.

Cuando los mozos llegaron a la puerta del piso principal, indicaron que, por lo estrecho de la escalera, era casi imposible subir hasta allí con la camilla, acordándose entonces bajar en un sillón al enfermo, acostarle en la camilla, dentro del portal, y luego emprender la marcha. El gotoso pesaba tanto, que determinaron bajarle relevándose en cada tramo de la escalera.

Metiéndose bajo la camilla escarbó doña Manuela el brasero, arropó el rescoldo y, designando luego el puesto que había de ocupar cada cual en la cena, dijo: aquí, papá donde siempre, a su lado Pepe, luego yo, y Millán junto a ; ¿te parece bien? Leocadia, ocupada en sacar del aparador una botella de tinto y otra de Rueda, blanco, hizo como si no hubiese oído.

Los Febrer volvieron a su casa cubiertos de gloria en plena derrota: uno con el testimonio de amistad del César; otro, el comendador, tendido en una camilla y blasfemando como un pagano por haberse interrumpido el cerco de Argel. ¡Príamo Febrer!... Jaime no podía pensar en este personaje sin un sentimiento de simpatía y curiosidad que le habían infundido los relatos escuchados en su infancia.

Como papá no puede ir por su pie, y el encajonarle en un simón sería incómodo porque no podría llevar las piernas extendidas... si lograses que nos dejaran una camilla... Cuenta con ella. ¿Tienes seguridad de estar libre a la hora que convengamos?

Sobre el hule que cubría la camilla estaba el rosario de Tirso y un librito de lecturas devotas, con las tapas abarquilladas y mugrientas. Hablemos bajo comenzó diciendo Pepe. Y el diálogo prosiguió en frases mortecinas, cobrando, en cambio, los rostros toda la energía que faltaba a la expresión de las palabras.

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