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Actualizado: 23 de junio de 2025
Recogiola M. Bernier, examinola con una lente, y le pareció que el oro estaba como argentado en los alrededores del sitio de la rotura. ¡Diablo! exclamó. ¿Habrá hecho Romagné alguna calaverada? ¿Qué calaveradas queréis que haya hecho? ¿Le tenéis todavía en vuestra casa? No; el pillo me ha abandonado. Trabaja en la ciudad. Espero, sin embargo, que esta vez habréis conservado sus señas.
Algunos fueron más audaces, y ganosos de ver de cerca aquel mundo musical que se les aparecía dentro de sus conventos como un paraíso fantástico, entraron en las orquestas de los teatros, viajaron, hicieron sus calaveradas allá por Italia, transformándose de tal modo, que ni en cien años los hubiera reconocido su antiguo prior. Uno de éstos fue mi padrino. ¡Qué hombre!
Catalina y Martín se encontraban muchas veces y se hablaban; él la veía desde lo alto de la muralla, en el mirador de la casa, sentadita y muy formal, jugando o aprendiendo a hacer media. Ella siempre estaba oyendo hablar de las calaveradas de Martín. Ya está ese diablo ahí en la muralla decía doña Águeda . Se va a matar el mejor día. ¡Qué demonio de chico! ¡Qué malo es!
Nada caracteriza tanto la moralidad á medias de aquellos tiempos, que hoy calificamos de rígidos, como la licencia que se permitía á los marineros, no hablamos sólo de sus calaveradas cuando estaban en tierra, sino aún mucho más tratándose de sus actos de violencia y rapiña cuando se hallaban en su propio elemento.
La falda era de verano, y por debajo asomaban unas botas rotas, mucho más grandes que sus pies. Saluda, muchacha dijo la vieja ; es tu tío Gabriel; un ángel de Dios, a pesar de sus calaveradas. A él debes que yo te haya buscado. La jardinera empujaba a Sagrario hacia su tío.
Era nuestro barón hijo único y mimadísimo por su mamá, que vivió en éxtasis delante de él desde el momento en que abrió los ojos a esta pícara vida; tiernamente hubo de sonreír aquella buena señora al saber las primeras calaveradas de su niño, contribuyendo por su parte; con laudable empeño, a hacer de su pimpollo el insoportable señorito que retratando vamos.
Míralo bien, Yolanda digo; porque, como esta noche, muchas otras veces hemos de estar juntos y hemos de alegrarnos de ello. Ella se inclina lentamente y cierra los ojos del todo... ¡Pobre criatura! ¡pobre criatura!... Y la angustia me corta casi la respiración. Entonces les grito: ¡Un poco de alegría, hijos míos! Lotario, cuéntanos, pues, algunas de tus calaveradas.
Supóngase que Cristóbal Colón perece víctima del furor de su gente antes de encontrar el Nuevo Mundo, y que Napoleón es fusilado de vuelta de Egipto, como acaso merecía: la intentona de aquél y la insubordinación de éste hubieran pasado por dos calaveradas y ellos no hubieran sido más que dos calaveras. Por el contrario, en el día están sentados como dos grandes hombres, dos genios.
¡Pues precisamente! replicó Beatriz . Fue a nuestro palco a ver a Elisa cuando ya nosotros nos habíamos ido, y aquélla le predicó un sermón sin paño. ¡Qué atractiva personita! Mas Pedro echa la culpa de sus calaveradas a grandes disgustos que ha tenido... ¿Qué grandes disgustos han sido ésos?... ¿Tienes alguna idea?
El viejo Brull no quiso tolerar por más tiempo las calaveradas de su hijo y le hizo abandonar los estudios. No sería abogado: al fin no era necesario un título para ser personaje. Además, se sentía achacoso; le era difícil vigilar en persona los trabajos de sus huertos, y necesitaba la ayuda de aquel hijo que parecía nacido para imponer su autoridad a cuantos le rodeaban.
Palabra del Dia
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