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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Había recibido una excelente enseñanza de los Padres de la Compañía. «Su fondo era bueno», como decía don Pablo cuando le hablaban de las calaveradas de su primo. El padre Urizábal, abrió el libro que llevaba sobre el pecho, el Ritual Romano, y comenzó a recitar la Letanía de los Santos, la Letanía grande, como la titulan las gentes de la iglesia.
Si la historia, en vez de escribirse como un índice de los crímenes de los reyes y una crónica de unas cuantas familias, se escribiera con esta especie de filosofía, como un cuadro de costumbres privadas, se vería probada aquella verdad; y muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos, encontrarían una clave de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas.
Míster Robert creyó poner un dique a la invasión, ordenando su mesa y los avíos de escribir con la minuciosidad femenina que le caracterizaba, mas no logró escapar a sus efectos: su querida pluma, cuyo rum-rum le era tan grato, abandonaba a lo mejor el lecho de cartón y el cobertor de lana, que tan bien sabía prepararle, y salía a recorrer las otras mesas, volviendo de estas calaveradas maltrecha y sin barbas; parecidas excursiones hacían el lápiz, que llegaba despuntado; el secante, que traía perfiles grotescos, y la regla, con más porrazos que cabeza de turco.
Semejante entonces al sol en su ocaso, se retira majestuosamente, dejando, si se casa, su puesto a otros, que vengan en él a la sociedad ofendida y cobran en el nuevo marido, a veces con crecidos intereses, las letras que él contra sus antecesores girara. Sólo una observación general haremos antes de concluir nuestro artículo acerca de lo que se llama en el mundo vulgarmente calaveradas.
Santa Cruz puso mala cara. «¡Pero qué tontín! Si lo quiero saber para reírme, nada más que para reírme. ¿Qué creías tú, que me iba a enfadar?... ¡Ay, qué bobito!... No, es que me hacen gracia tus calaveradas. Tienen un chic. Anoche pensé en ellas, y aun soñé un poquitito con la del huevo crudo y la tía y el mamarracho del tío.
Si es hombre de levita, sobre todo, si es señorito delicado, más le valiera no haber nacido. Con esa especie está a matar, y la mayor parte de sus calaveradas recaen sobre ella; se perece por asustar a uno, por desplumar a otro.
Vivimos todos una nueva existencia... Yo creo que los dos son ahora más felices que antes. Esta felicidad la había presentido Desnoyers al verles. Y el hombre de rígida moral, que anatematizaba el año anterior la conducta de su hijo con Laurier, teniéndola por la más nociva de las calaveradas, sintió cierto despecho al contemplar á Margarita pegada á su marido, hablándole con amoroso interés.
Al llegar a la Plaza de los Carros, y al ver la calle de Don Pedro, pensó que no tendría valor para contarle a su amigo sus últimas calaveradas. Subió temblando por la ancha escalera, que estaba aquel día alfombrada y con muchos tiestos, porque la noche antes se había celebrado en la legación, con gran comistraje y mucha fiesta, el aniversario del Emperador.
Desprecia a Miquis, que habiendo descubierto un tesoro, permitió que ese tesoro fuera para todos menos para él. El simple y desventurado Miquis ha sido un libertino del estudio; sus calaveradas han sido las calaveras. A su lado pasó, coronada de rosas y con la copa en la mano, la imagen de la vida, y Miquis volvió los ojos para contemplar embebecido, ¡ay!, la rugosa faz de los catedráticos.
Las jóvenes, en las tertulias, hablaban de él á hurtadillas, como de un don Juan que atraía á las tontas con el maléfico encanto de sus calaveradas. Todas sabían que tenía una mujer, allá en Bilbao la Vieja, una antigua costurera con la que vivía maritalmente. Hasta había oído decir que tenían hijos. ¡Oh! Con ese nunca, ¡nunca! repetía con gestos de repugnancia.
Palabra del Dia
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